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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tela de araña

CUANDO SE habla de política, los romanos se encogen de hombros y, sabiendo que no tiene remedio, miran con indiferencia el permanente desastre en que se ha convertido su ciudad. Y es que no pueden sino constatar que una de las más refinadas capitales del mundo está dejando de serlo por culpa de una inepta administración municipal. Acaso el ejemplo más ilustrativo sea el de un automóvil bloqueado durante 45 minutos en un atasco en el centro de Roma, mientras la policía motorizada intenta vanamente abrirle camino por entre las 7.000 obras de sus calles y plazas. En el interior del vehículo esperan pacientemente sus dos ocupantes: el presidente de la República y su huésped, el presidente de Irlanda.El pasado domingo se celebraron elecciones municipales. Las ganó el pentapartido, la coalición gubernamental que incluye a socialistas y democristíanos, con un 54% de los votos. Bettino Craxi, líder del partido socialista, es el responsable de que el control que ejerce sobre Roma la Democracia Cristiana (DC) siga inmutable. Después de dos administraciones democristianas consecutivas, el desastre es completo; la corrupción, total; la incompetencia, absoluta. El alcalde Giubilo se vio obligado a dimitir por su implicación en un enésimo escándalo financiero. Hasta el Vaticano intervino recientemente sugiriendo, por voz de Romano Forleo, que la DC merecía una lección.

No ha sido así por dos razones. Por una parte, nada de lo que ocurre en la capital italiana es ajeno al incombustible primer ministro democristiano, Giulio Andreotti. Roma es su feudo y lo maneja desde hace 40 años. En segundo lugar, las continuadas victorias municipales de la Democracia Cristiana en Roma se deben, por encima de todo, a la ausencia de una alternativa política seria: no existe otra opción de gobierno suficientemente coherente como para destronar a Andreotti. Y es que el viejo primer ministro tiene a todo el mundo comprometido en su juego, empezando por el propio Craxi. El líder socialista está empeñado en ganarle la batalla de los votos al partido comunista, y su constante derrota gira en torno a esta obcecación. Sólo en Roma, los comunistas de Occhetto han obtenido el 27% de los votos, mientras que los socialistas no han conseguido sobrepasar el 13%. Craxi, al aceptar la alianza contra natura del Gobierno de pentapartido, favorece las maniobras de Andreotti.

Queda por ver quién acabará siendo alcalde. Si el primer ministro no ha perdido su tacto maquiavélico, regalará el cargo a un hombre de Craxi y añadirá así un hilo más a la tela de araña con la que mantiene enganchado al líder socialista. Pero si decide no hacerlo y Craxi se aparta de él, siempre le quedará el recurso de aliarse con Occhetto.

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