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Tribuna:EL MUNDO EMPRESARIAL Y EL ESPACIO EUROPEO
Tribuna
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La nueva gran empresa

En un artículo que en el pasado enero publiqué en este diario sobre Banca e industria me refería a la organización de la producción de las empresas en la cercana y futura Europa. Ahora quisiera completar aquella visión desde el ángulo de la Comunidad Europea como espacio económico natural y como mercado doméstico de los países que la integran.Voy a limitar el análisis a la gran empresa en función de ese empeño que supone la Europa sin fronteras, simbolizada en la fecha tópica de 1992. Por otra parte, es un tema de particular interés para la banca, en la medida en que la gran empresa es uno de los segmentos de su atención y de cuya relación se derivan enormes y variadas posibilidades en los campos de tesorería, mercados de capitales, seguros, negocio parabancario y comercial. Y, sobre todo, porque aquella relación es uno de los posibles cauces de internacionalización de la banca.

Hemos de partir del principio de que la gran empresa europea debe reestructurarse, pero no ya sólo por motivos, digamos, de armonización, tales como lo fiscal, o las normas sobre controles de todo tipo, o la liberalización comercial respecto de cada Gobierno, o las diferentes políticas convergentes en materia ecológica, social o tecnológica.

La verdadera reestructuración ha de ser una consecuencia, en términos competitivos, de lo que va a significar el mercado europeo para sus miembros y para terceros países.

Hasta ahora, con sus lógicas diferencias, la gran empresa de cada país contaba con las barreras y legislación propias, que invitaban a no plantearse de forma aguda la necesidad de competir en el exterior. El crecimiento de estas empresas tendía a plasmarse más o menos pronto en una diversificación de actividades sólo a veces acompañada de cierta integración vertical de alguna de sus líneas. Normalmente, este modelo de crecimiento llevaba a estructuras complejas y poco eficientes.

Multinacionales españolasEn España, las grandes empresas, aun a nuestra escala, son pocas como privadas y autóctonas, pero en todo caso podríamos recordar los fracasados intentos de diversificación de producciones y, colateralmente, la falta de multinacionales de cuño español.

Un modelo tal reclama su urgente revisión desde el momento en que el nuevo macroespacio europeo esté siendo una realidad, dentro, además, de un clima de liberalización. Ya no cabe sino competir en todo ese espacio, lo que no supone sino ser internacional respecto del país de origen. Y no sólo esto, sino trascender Europa, ya que ésta será -está siendo ya objeto de especial atención por parte de terceros países, especialmente EE UU, Japón y algunos europeos no comunitarios.

En efecto, para abordar este salto cualitativo, por parte de cada país miembro -y especialmente España-, la gran empresa tendrá que concentrarse y volcarse en su actividad clave, en aquella que le proporciona el núcleo de su valor añadido y en la que es capaz de ser crecientemente competitivo.

Esta reestructuración a la que nos referimos es la que está provocando una pléyade de ventas de filiales y divisiones por parte de grupos industriales -especialmente europeos- que no forman parte de su actividad clave. Este hecho tiene, entre otras, dos consecuencias: por una parte, el vendedor dispone de nuevos recursos para reformar su línea básica, y el comprador, a su vez, se procura un fuerte crecimiento externo -y en nuevos mercadosde la cuota de su negocio típico. Por otra parte, tales compraventas pueden producir un desplazamiento geográfico de los núcleos de propiedad o poder en la medida en que los compradores, sean o no miembros de la CE, hayan sido más tempranos a la hora de desterrar la dispersión de actividades como modelo de crecimiento. Éste es el caso de EE UU y, cada vez más a futuro, de Japón.

El lema es ser competitivo en los nuevos escenarios. Un factor de competitividad es la concentración de actividad -como condición necesaria en la gran empresa- que lleva a la dimensión. Y en términos de dimensión hay mucho que recorrer, especialmente en algunos sectores, al comparar los países europeos, y aun la Europa única, con EE UU y Japón. En España la distancia es más importante si analizamos lo poco que representan las empresas líderes dentro de cada sector industrial o de servicios, excepción hecha de algunos sectores especiales o dominados por multinacionales extranjeras.

Si destacamos sobremanera el nuevo modelo, es también por la erosión de las diferencias que se producirán en Europa, y fuera de ella, en precios o tarifas, tanto de los productos como de los factores de la producción, especialmente la mano de obra.

Nueva renta diferencial

De hecho, en el tiempo, se va a volver a la teoría de la renta diferencial que proclamaba Stuart Mill. Sólo va a perdurar lo primigenio y original, la calidad de la tierra, el clima, la disposición de ciertos materiales y, con reservas, la renta de situación geográfica. Pero, a su vez, la tecnología tiende constantemente a anular tales singularidades.

Sólo la información -cuyo corolario es la innovación- es capaz de suscitar una verdadera renta diferencial. Información que se destacaba en el artículo sobre Banca e industria, así Como la importancia de la organizació productiva. De una parte -y simplificando- los grandes conglomerados industriales sintetizando las producciones; por otra parte, servidas por multitud de pequeñas empresas muy eficientes y especializadas.

Si hablamos aquí de cómo influirá el nuevo mercado europeo sobre la gran empresa, ¿qué decir sobre los demás segmentos o conceptos, pero,'ante todo, sobre los ciudadanos, sobre cada persona?

Javier Gúrpide es consejero delegado del Banco Bilbao Vizcaya.

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