El debate está en la derecha
La bancarrota intelectual del socialismo en todas sus formas es tan completa que todo cuanto sale de las plumas de sus pensadores más devotos está marcado por la esterilidad. Por el contrario, después de años de letargo o marginación, los pensadores del campo que, para entendernos, podemos llamar liberal-capitalista acaparan el debate actual sobre las cuestiones de filosofía política.Esta apasionada presentación busca recordar a aquellos de ustedes que siguen hipnotizados por los viejos dogmas de la astronomía progresista que en el universo de la filosofía política ha estallado una revolución copernicana: el individuo vuelve a estar en el centro de nuestro sistema de pensamiento, y hasta la expresión de social o socialista ha quedado vacía de significado.
Quien no haya seguido la evolución del pensamiento político y filosófico de la derecha en estos últimos 20 años no podrá sino sorprenderse de que se hayan vuelto tan radicalmente las tomas. A mí no me pilla de nuevas, pues aprendí mi liberalismo de los labios de sir Karl Popper en Londres en 1957, y en 1974, con motivo de mi segunda estancia en la London School of Economics, limpié mi filosofía política individualista de todas las adherencias socialdemócratas, lo que no era fácil en aquellos tiempos. Pero sí ha sorprendido a quienes hasta hace poco aún cultivaban piadosamente las viejas doctrinas marxistas, o seguían interesados por la socialdemocracia à la suédiose y el cooperativismo de los kibutzim, o recetaban el bálsamo de Fierabrás keynesiano, o proponían seriamente la planificación como un remedio para la hambruna etíope o el subdesarrollo centroamericano.
No sólo se está desmoronando el socialismo real del bloque soviético, si no es que, más tristemente, chapotea en la sangre de los demócratas de la gran plaza de Tiananmen, sino que los socialdemócratas de Australia, Nueva Zelanda, Francia o España aplican las teorías económicas neoliberales para cortar los hilos con los que los enanos han inmovilizado a Gulliver, pero lo hacen bajo la piadosa ficción de que se trata de un reajuste tras el que volver a las andadas.
La semana pasada, el editorialista del Financial Times confesaba haber tenido que pellizcarse para saber si estaba despierto al oír al primer ministro de Polonia exponer ante la Asamblea del FMI su proyecto de convertir en seis meses la economía planificada de su país en una economía de mercado (quería decir capitalista, pero es palabra que no se lleva).
La pérdida general de confianza en el pensamiento sistema marxista (que, si leen bien a Marx, no se diferencia en nada sustancial del marxista-leninista) puede verse en la aceptación inmediata de la siguiente proposición por cualquiera de mis lectores, en cuanto la formule: sólo si el presidente Gorbachov ha dejado de creer totalmente en su fuero interno en el socialismo cabe alguna esperanza de que la URSS evite l'impasse en el que se encuentra la República Popular China.
La bancarrota intelectual de la socialdemocracia a la europea es también completa. Fijémonos en el interesante esfuerzo de investigación realizado por los autores del Programa 2000, con el apoyo del vicepresidente Guerra. Destacaré de entre sus publicaciones el ensayo Evolución y crisis de la ideología de izquierdas, cuyo título mismo ya lleva agua a mi molino. Los autores de ese ensayo, los ministros pensantes del Gobierno, no sólo Guerra, sino Semprún y Solana, los filósofos como Ludolfo Paramio e Ignacio Sotelo, pasan de Keynes a Rawls, de Ortega a Popper sin pausa ni descanso, en busca de algún maestro que les devuelva su fe, con tal ansia que no se dan cuenta de que ninguno de esos filósofos fue socialista, si no es en algún momento pronto olvidado de su juventud.
En realidad, nuestros socialistas ya no creen sino en la virtualidad de la economía de mercado, temperada por la redistribución; es decir, en que el capitalismo crea riqueza para que los socialistas puedan repartirla; o, dicho de otro modo, en que hay que crear las condiciones óptimas para poder repartir los bienes de los demás a los votantes de uno sin que se descomponga el sistema.
Pero se preguntarán ustedes por qué escribo con tal falta de consideración y comedimiento. Después de todo, soy conocido como liberal a la inglesa que nunca saca los pies del plato ni dice una palabra más alta que otra. Me mueve a levantar la voz, a riesgo de provocar la animadversión de aquellos en cuyos oídos quiero penetrar, el puro cansancio y la casi desesperación. El pragmatismo resignado de quienes antes usaban la cabeza para pensar es un pecado contra el Espíritu Santo. Si los socialistas abandonan su credo en la práctica, mientras celebran vacías ceremonias ideológicas ante las tumbas de Marx, Engels, Kautski, Lenin o Gramsci, los españoles van a confirmarse en el desprecio por la filosofía. Si además parece que abandonan el pensamiento por correr tras el dinero, entonces el desprecio de los españoles puede extenderse a la democracia.
A quien se sienta ofendido le pido excusas sinceras, aunque sólo sea porque busco interesarle en mi discurso venidero: quiero que lean mi análisis de los conflictos y dificultades del pensamiento liberal y capitalista como algo que les concierne, no como una pelea en el campo de enfrente.
Recientemente he leído un texto del año 1987 del economista polaco, residente en Varsovia, Jan Winiecki, que me ha confirmado en la importancia de reconocer los errores intelectuales y de abandonar los carromatos ideológicos cuando dejan de rodar por el coste para la sociedad del empecinamiento en no enmendalla. Los pasajes que voy a citar aparecen en un folleto titulado (traduzco, no del polaco, no se inquieten, sino del inglés) El futuro económico del Este y del Oeste, un punto de vista desde el Este. Después de decir Winiecki que, en su opinión, "las economías de tipo soviético han entrado (...) bajo el sistema existente de planificación central, modificado o no (...), en una era de declive irreversible", expone con una metáfora muy llamativa las contorsiones de los socialistas reales para no abandonar sus viejas creencias.
"El sistema de mercado es comparable a la rueda, tanto por lo simple como por lo indispensable. El problema principal de las economías de corte soviético es que el subsistema político ha producido un subsistema económico que ha intentado durante decenios, con grandes gastos, esfuerzos y sacrificios, sustituir la rueda por un cuadrado. Todas las modificaciones que se han realizado en esas economías han consistido en suavizar los vértices de los cuadrados -para reducir los saltos, al tiempo que se seguía sosteniendo que los carros van más lejos sobre ruedas cuadradas que redondas".
Ríndanse ustedes. Ya sé, ya, que lo que diga un polaco sobre los defectos del régimen comunista no tiene nada que ver con el socialismo a la europea. Los socialistas de corte democrático nunca creyeron en la planificación. O mejor dicho, si creyeron fue hace tiempo y por imitar las modas de Francia. También sé que los socialdemócratas nunca defendieron las nacionalizaciones ni las empresas públicas, o por lo menos no las defendían en Suecia. También sé que nunca dijeron que en Cuba no había libertad, pero se había reducido el analfabetismo y mejorado el nivel de salud general, o si lo dijeron fue antes de que Castro se resistiera a la perestroika. De todas formas, ríndanse, y no tomen a mal este artículo, que está escrito con todo cariño y, aunque no lo crean, con todo respeto.
Ahora iniciamos el debate sobre por qué, para emplear otra vez las palabras de nuestro precursor polaco, en las economías capitalistas occidentales "la rueda está algo desfigurada, muestra aquí y allá resquebrajaduras en su llanta, y chirría a cada vuelta y media".
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