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Reportaje:

Hassan II y el reloj de arena

Anécdotas y malentendidos, a punto de empañar el éxito del viaje del rey de Marruecos a España

Entonces, Hassan II se levantó, cogió una flor del centro que decoraba su mesa, llamó al principal bailarín del cuadro y se la ofreció. El rey y el bailarín cuchichearon durante unos segundos y luego el segundo regresó al tablado. Era un gesto de delicadeza muy en la tradición árabe, pero para el anecdotario popular de su primera visita oficial a la España democrática quedará para siempre una interpretación retorcida del mismo, nacida del comentario procaz del dirigente comunista andaluz Alcaraz. Quedará eso y los retrasos constantes del rey en sus citas oficiales en Madrid.En el aeropuerto de San Pablo de Sevilla, Hassan II recibió una alegría al ver en la pista a los cientos de marroquíes que habían llevado en autobuses los consulados del reino jerifiano en Andalucía. Un responsable del protocolo de España había convencido a la seguridad del aeropuerto de que les dejara pisar el cemento. El Gobierno español estaba dispuesto a que la tantas veces pospuesta visita del monarca marroquí le fuera lo más grata posible.

Mientras tanto, casi 80 periodistas marroquíes llegaban a Madrid, en un vuelo charter fletado por su Ministerio de Información, y se alojaban en el flamante hotel Villarreal. En los días que siguieron, los responsables del hotel vivieron angustiados por la pregunta de quién iba a pagar la cuenta. Las más de 30.000 pesetas diarias por cabeza en concepto de cama y comidas que costaba el hotel eran el sueldo mensual de un periodista marroquí.

La Oficina del Portavoz del Gobierno anunció que no iba a hacerse cargo de la cuenta, porque eso no entraba en la tradición española. En cambio puso a disposición de los informadores marroquíes una sala de prensa que constaba de cuatro máquinas de escribir, dos teléfonos y dos fax, uno de los cuales no funcionaba el primer día. A los que querían un télex se les decía que fueran a Correos.

El lunes, la mitad de los diarios de Rabat y Casablanca no recibieron las informaciones de sus enviados especiales a Madrid. Un funcionario del Ministerio de Información marroquí, comentando las penurias de la sala de prensa, dijo que convertían a los libios en "maestros del arte de la comunicación". Al final, los periodistas se fueron sin pagar del Villarreal y la Embajada de Marruecos en Madrid dijo que iba a hacerse cargo de la cuenta.

Volver a Sevilla

Los malentendidos habían empezado en Sevilla. En el Alfonso XIII, Hassan II había recordado que una vez estuvo allí con su padre y, encantado con el hotel, había anunciado que querría volver al término de su estancia oficial en Madrid. El director del establecimiento había sudado tinta china al pensar que tenía el hotel enteramente reservado por el Campeonato de Fórmula 1. Y la tinta se había convertido en sangre cuando alguien le recordó que el hotel era propiedad del agá Jan y que éste era amigo del rey de Marruecos. Finalmente, Hassan II decidió en Madrid no volver a Sevilla.El domingo por la noche, mientras esperaba durante horas que Hassan II bajara a cenar y a ver el espectáculo, el ministro Virgilio Zapatero, encargado por el Gobierno de acompañar al rey y a la delegación marroquíes, decía: "Y encima no me gusta el flamenco. Yo soy de Cuenca".

Hassan II llegó con una hora y cuarto de retraso al palacio de El Pardo el lunes por la mañana. Aquello le ganó de inmediato la hostilidad de buena parte de la Prensa y la opinión pública españolas, aunque el rey Juan Carlos y el presidente Felipe González, víctimas del retraso, supieron mostrarse comprensivos. Hassan II vive y trabaja de noche, se levanta tarde y además, por medidas de seguridad, prefiere no respetar los horarios previstos. Desde que el general Ufkir intentó asesinarle dos veces seguidas, el rey de Marruecos prefiere correr el riesgo de la impopularidad que arriesgar su pellejo con un estricto cumplimiento de las citas. Para el humor madrileño quedó que el rey había traído un reloj de arena.

Desde el primer día, los consejeros y ministros del rey, los funcionarios y los periodistas marroquíes desplazados a Madrid creyeron encontrar grosería y racismo en los artículos, chistes, comentarios radiofónicos sobre su rey. Un informador de Rabat destacado en la lucha por los derechos humanos en su país dijo: "Que digan que es un dictador es una opinión política. Que le llamen 'moro, bajito, feo' y cosas aún peores; que le pinten con un alfanje en la boca, que se rían porque lleva el traje tradicional de su país es xenofobia, un insulto contra todos los marroquíes".

Hassan II se alejó durante 48 horas en El Pardo. Durante este tiempo, la antigua residencia del general Franco olió a las maderas aromáticas encendidas por los servidores del rey. La decoración del palacio fue transformada con los muebles, alfombras y cojines traídos desde Rabat. La impedimenta del rey llenaba dos aviones Hércules de transporte de tropas.

Helicópteros, no

Al rey de Marruecos le encantaron los coches Rolls-Royce prestados por su hermano Juan Carlos para sus desplazamientos por Madrid y los de sus hijos. Desde el primer momento rechazó usar helicópteros, artefactos que no le inspiran ninguna confianza.Pese a que el Gobierno le ofreció quedarse en El Pardo al término de su visita oficial Hassan II prefirió instalarse con sus hijos y su corte en el hotel Ritz. Recién llegado, lo visitó con tranquilidad y declaró a sus directivos que le gustaba mucho. Había decido prolongar su estancia en Madrid porque quería descansar antes de volver a Rabat y porque el aire de la ciudad le sentaba bien.

En el Ritz, Hassan II recibió a almorzar a su amigo el destronado rey Simeón de Bulgaria. El príncipe Mulay Rachid se dio, entre tanto, una vuelta por el centro Madrid en mangas de camisa y con una discretísima escolta.

En la noche del viernes, el vestíbulo del Ritz fue durante horas una colorista muestra de la reconciliación entre árabes y judíos. Las barbas y sombreros característicos de estos últimos se mezclaban con las chilabas de los primeros. Hassan II recibía a la colonia judía en Madrid, que le agradecía la tradicional protección marroquí a los hebreos y el personal interés del rey en una solución pacífica al conflicto de Oriente Próximo.

En la noche del jueves al viernes, Hassan II, don Juan Carlos y Simeón de Bulgaria se fueron a un tablao de Madrid. El rey de Marruecos terminaba su viaje como lo había empezado: por palmas.

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