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Mi vida en una "caja de zapatos"

Una familia con una niña de 10 meses habita desde junio en un Seat 124 rojo

M-1036-A. Al viejo Seat 124 rojo le sirve de bien poco la matrícula. Pero si se la quitan, lo más probable es que se lo lleve la grúa y deje sin casa a Francisco Espinosa, a Dolores Zotes y a la pequeña Noelia. Se instalaron en la caja de zapatos en junio, y desde entonces son vecinos de varios contenedores de basura, de algún que otro yonqui y de las enormes ratas de Canillejas. El frío se cuela por el parabrisas roto del coche, y la familia Espinosa no sabe adónde ir. Ni el Ayuntamiento, ni la Comunidad, ni el juez, que les quitó la custodia de los dos hijos mayores, les abren una puerta.

Noelia ha aprendido a dar los primeros pasos entre el orín y las jeringuillas que rodean su hogar. La pequeña, de 10 meses y con unos carnosos mofletes tiznados de polvo, duerme todas las noches con su madre en el asiento trasero del Seat 124. El coche está clavado en unos húmedos y mugrientos soportales de la calle Esfinge, 76."Te puedes imaginar el frío que entra por la noche", comenta Dolores señalando el cartón avejentado que hace las veces de parabrisas. "Aquí tenemos que movernos al estilo gato. Tampoco nos viene mal, porque si vieras las ratas que salen de esa alcantarilla todos los días...".

En la parte delantera duerme su marido, Paco, que sufre dolores en el cuello y en las piernas desde que empezó a pernoctar en el cascarón.

El coche expide un denso olor a cerrado. "Hay semanas que no puedo ni ducharme", dice Paco, un hombre inquieto y adusto. "Aunque los vecinos se están portando como hermanos y nos ayudan en lo que pueden. Con la venta ambulante saco entre 2.000 y 3.000 pesetas diarias. No nos falta comida, pero la niña necesita algo más que potitos fríos". Y Noelia exprime el pecho de su madre con la ansiedad de quien lleva varias horas sin probar bocado.

Ahorrarse problemas

"Rogamos a los señores policía que comuniquen esta tremenda realidad ante las autoridades para ver la forma de que consigan una vivienda digna como todas las personas". Lo dice una especie de salvoconducto, firmado por un párroco de Canillejas, que la familia tiene bien a mano para ahorrarse problemas con la policía.El padre, Paco, no tiene trabajo y se gana la vida vendiendo kleenex, medias y "lo que salga". "Este verano estuve trabajando de barrendero como eventual. Pero se acabó. Yo soy pintor de oficio, ¿sabes?".

Paco tiene 36 años y su mujer, 29. Siempre vivieron en casas de familiares, "pero éramos mucha gente y ya no cabíamos". "En las pensiones nos dicen que no en cuanto ven a la niña. Intentamos alquilar algo, pero te piden tres meses de entrada y garantías de que vas a seguir pagando. No hay manera, chico. Hemos ido a Cáritas, al Instituto de la Vivienda y al Ayuntamiento... Ya ves, aquí nos tienes".

Un buen día, la pareja decidió echarse a la calle y se encontró con la hospitalidad de José de Dios, un vecino de Canillejas que les tuvo un par de días en su casa. "José tiene ocho hijos ya mayores y no podíamos quedarnos más, así que nos dejó su 124, que ya no arranca, hasta que encontremos algo".

La familia sale a flote gracias a la caridad de los vecinos. "Para mí, como sí fueran mis hijos. Sólo hay cuatro pellejas que no quieren saber nada de ellos", comenta Emilia Chiloeches, que recuerda el frustrado intento de alojar a la familia en un local vacío situado junto al 124.

El coche está anclado en los parajes más sórdidos de Caníllejas, un distrito castigado duramente por la droga. "Se vienen a pinchar junto al coche, se mean ahí al lado y nos llenan todo esto de basura. Y eso cuando no te abren el coche y se llevan lo que encuentran", dice Dolores.

La pareja tiene otros dos niños de siete y tres años, María Ángeles e Israel. Pero el juez decidió ponerles bajo custodia de la Comunidad de Madrid ante la precaria situación de la familia. "Nos dejan verlos sólo los primeros miércoles de cada mes. Cuando vamos me preguntan con lágrimas: 'Papá, ¿has encontrado ya casa?. Queremos irnos contigo".

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