Deng reaparece
CIEN DIAS después de la entrada del Ejército en la plaza de Tiananmen y del inicio de una salvaje represión contra el amplio movimiento democrático que se manifestó en China la primavera pasada, todo parece volver a la normalidad en las relaciones entre el Gobierno de Pekín y el exterior. En un artículo en Los Angeles Times, Kissinger ha dado la base teórica para el cínico olvido de las víctimas: "China sigue siendo demasiado importante para nuestra seguridad nacional como para arriesgar nuestra relación con ella por emociones del momento". Los hombres de negocios de EE UU, Japón y Europa occidental retornan a Pekín y los Gobiernos olvidan las frases de airada protesta que pronunciaron en aquellos momentos. Y mientras siguen llegando informaciones fidedignas según las cuáles las víctimas de la represión se cuentan por millares, el anciano dirigente Deng Xiaoping reapareció ayer en público -después de permanecer ausente desde aquellos días- como símbolo definitivo de la normallzación.Los cien días transcurridos permiten conocer mejor lo que estaba en el trasfondo de los hechos de Tiananmen y de la intervención del Ejército. Fue una expresión, quizá la más dura, de la lucha entre el sector reformista, encabezado por el secretario general del Partido Comunista Chino (PCch) Zhao Ziyang, y los conservadores. La declaración del estado de sitio, a la que se opuso Zhao, puso el poder de decisión en manos de los veteranos con influencia entre los militares, lo que aseguró la victoria de los conservadores. Desde entonces, la represión contra los estudiantes se combina con una depuración sistemática, en el partido y el aparato estatal, de muchos cuadros que se habían dístinguido como reformistas. El control de los medios de comunicación se refleja en un retorno a la triste uniformidad del lenguaje oficial, con los lemas de un comunismo esclerotizado que deja indiferentes a las actuales generaciones. La reaparición de Deng ha echado por tierra, por otra parte, las distintas especulaciones sobre su papel en el momento actual: unas le presentaban ofreciendo cierta resistencia a la ola conservadora; otras muy enfermo,al borde de la muerte.
En todo caso, apoyado por octogenarios y militares, el jefe de Gobierno Li Peng, un tecnócrata partidario del centralismo y del autoritarismo, emerge hoy como figura clave. Su proyecto es enterrar la reforma política pero conservar, al menos en parte, la reforma económica y mantener la apertura al extranjero que ha ayudado a China, sobre todo en algunas zonas, a realizar progresos considerables. Pero levantar una muralla china entre reforma política y reforma económica es una empresa contradictoria en sí misma y que ha llevado al fracaso en anteriores ocasiones. El movimiento de la plaza de Tiananmen, con su extensión a otras ciudades, reflejó un fenómeno profundo, cuya raíz no se suprime con la represión. La reforma económica, las relaciones con Occidente producen cambios en las formas de vida y en las mentalidades de los sectores sociales más dinámicos, como los estudiantes. Variaciones que acarrean la exigencia de los demócratas para expresar sus opiniones, defender sus intereses, intervenir en las decisiones que les afectan. Li Peng se volverá a encontrar, antes o después, con el resurgir de las aspiraciones de libertad en amplias capas de la sociedad.
Incluso hoy no parece que la normalización en la cumbre del PCCh sea cosa terminada. Li Peng no logra imponer el procesamiento de Zhao Ziyang, lo que da a entender que persisten desacuerdos, quizá profundos. El sector reformista conserva fuerza en ciertos órganos, sobre todo regionales y locales. Todo ello aconseja que los Gobiernos europeos, sin renunciar a un desarrollo de las relaciones económicas -útiles en muchos sentidos-, sepan a la vez mantener una actitud de condena de la represión, como ha hecho la comisión de la ONU de derechos humanos; y ayude a mantener vivo el movimiento democrático, que acosado y silenciado, representa el futuro.
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