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Un gigantesco museo

A finales del siglo XX el mundo corre el riesgo de convertirse en un gigantesco museo. Para responder a las angustias de la desaparición de las huellas de la humanidad se propaga un delirio colectivo museófilo. Este poder de la museifícación se adueña de las maneras de contemplar o de aprehender los objetos, los lugares y los seres. Determina unos hábitos mentales, crea esta atmósfera poscatastrófica de una petrificación de las culturas. Los objetos y los territorios, todos los signos culturales, participan de una museografía que ya no tiene necesidad de sus templos, puesto que está en todas partes e invade los lugares más insignificantes, que se hacen dignos de ser conservados. Esta consagración museística restituye una apariencia de vida cultural a unos espacios tenidos por muertos. Realiza una vocación terapéutica haciendo creer en la vitalidad de las culturas. "Las memorias de mañana", las "memorias del futuro", se preparan con la efervescencia gestora de todos los patrimonios, y la puesta en exposición generalizada transforma el mundo para las generaciones futuras en múltiples dioramas desmesurados.En Brasilia, la decisión de museografiar una favela en su integridad manifiesta esta voluntad de salvaguardar una maravilla de la arquitectura espontánea. Los barrios de chabolas también pueden ser un museo, como asimismo puede serlo una medina de África del Norte. Y si todas las favelas se convirtieran en museos muy caros, las esperadas visitas turísticas salvarían de la miseria a sus habitantes. Los propios individuos pueden metamorfosearse en objetos museográficos: los obreros modelos, capaces de transmitir sus habilidades, han pasado a ser en Japón unos tesoros vivientes. Son tratados como máquinas sagradas de la transmisión. En Francia, en las zonas de empleo más desfavorecidas, si una fábrica se encuentra próxima a cerrar sus puertas, la solución ideal consiste en hacer de ella un museo donde los últimos obreros pasen a ser sus guardianes y sus transmisores culturales. Es la cadena de las memorias: la transmisión se realiza "en el nombre de..." como en toda herencia, como en todo fenómeno de filiación. ¡La herencia cultural no conoce límites! Lo esencial es evitar el accidente de transmisión, y la conservación museística mantiene esta singular seguridad de que se cumple la transmisión que ofrece el "en nombre de...". Las lógicas patrimoniales, o la fabricación de los padres, como diría P. Legendre, se hacen transtemporales.

Bajo la amenaza de las catástrofes, la conservación deviene eternamente prospectiva. También puede concebirse, como lo ha propuesto un investigador australiano, lanzar al espacio embriones congelados puestos en órbita con el fin de que las huellas de la humanidad persistan después de una destrucción general. La catástrofe real o virtual permite administrar las memorias multiplicando los signos patrimoniales, y mantener la ilusión soberana de su duración. Los embriones transgénicos congelados son ya memorias frías; el proyecto que en cierran es el de la deriva patrimonial, y ofrece una alternativa a las estrategias actuales de desarrollo estándar de las razas, sobre todo en el campo de la genética animal. De igual modo, para conservar especies vegeta les raras en vías de desaparición se congelan territorios, lo que permite dejar en suspenso el proceso de reproducción y el de mutación. Estas memorias frías encontrarán siempre un uso; están ya ahí como testigos petrificados, pero virtualmente vivos, de la historia de la humanidad. Son patrimonio del futuro, ¡y acabarán siendo expuestas algún día! Las memorias frías contienen los posibles de toda mutación, son los nuevos monstruos conservados para garantizar las posibilidades de crear todavía la diferencia. No habrá desastres para las memorias. La salvaguardia cultural y la restitución museística protegen desde ahora la historia de las civilizaciones. No desaparecerá ninguna huella; los archivos, de materia inerte o viva, gracias a su acumulación expansiva, constituyen una garantía absoluta de la resistencia al olvido. El desafio del almacenamiento de todas las informaciones producidas por la humanidad es el de dejar disponible esta soberanía absoluta de las huellas. En 1976, la sequía desveló la fantástica cantidad de emplazamientos arqueológicos que cubren los territorios. La puesta al descubierto de estos emplazamientos será algo espantoso: lo que ha sido no puede volver más que en forma de elementos de información cuando el propio exceso de la conservación amenaza con no dejar lugar para las construcciones del tiempo presente. El trabajo de la anamnesis está destinado a la inmaterialidad de los depósitos de información o a la miniaturización, como ese osario de Douaumont, que reúne decenas de millares de cadáveres en un pequeño cofre. Esta forma simbólica liliputiense de las memorias está cercana al fallo de memoria que se supone que suple. El olvido y la memoria se conjugan; el olvido encuentra su función en la gestión de los patrimonios, la idea misma de la fatalidad se salvaguarda gracias a él.

A pesar de sus límites territoriales, la reconstitución museística se autoriza todas las simulaciones, desde la reposición en escena de los modos de vida hasta la confección de un vasto espejo del mundo en cuya superficie cada uno puede encontrar sus satisfacciones arquepos-nostálgicas. ¡Se acabó el acontecimiento! ¡Se acabó el azar! Antes incluso de manifestarse, el acontecimiento tiene ya inscripción museística; torma parte siempre de un déjà vu, como si la ruptura de sentido que es susceptible de provocar estuviera prevista y fuera esperada. Las memorias se viven también en tiempo real, gracias a la tecnología de la imagen. En las mnemotecas más sofisticadas puede revivirse en el tiempo presente la imagen de lo que ha sucedido en el tiempo pasado: el amante que ha perdido a su amada se hace una colección de cintas de vídeo y, gracias a un dispositivo de cámaras, puede deslizarse al tiempo presente con el movimiento de las huellas conservadas. El amante puede olvidar con ello la muerte de su amada... Pasado, presente y futuro no son más que uno. El ideal de la museificación es el hacer posible el poder de la similitud temporal, como en un sueño en el que las diferentes temporalidades se uniesen confiriendo a las imágenes soñadas el poder del mito.

La apuesta de la gestión cultural de las memorias consiste en reinyectar sentido y símbolo mediante un retorno casi mágico a la inicialidad. Es la llamada irresistible de los orígenes. No se trata sólo de fantásticos reconstructores de árboles genealógicos, sino de manifestaciones colectivas de la defensa de las identidades culturales. En los momentos en que reina el individualismo más rabioso, las formas colectivas de las sociedades se viven justamente en los movimientos de masa que genera el poder de la museificación. Las conmemoraciones se multiplican como signos indelebles de la cohesión social. Los grandes desfiles y galas de la historia hacen creer en la transmisión de los valores y las ideas, concentran en ellos los gigantescos teatros de las memorias colectivas, de los ideales perdidos, de los restos moribundos de las ideologías; se cristalizan en museos vivos del consenso. Conmemorar en todo momento, conmemorar en todas partes... La conmemoración ¿ocupa ya el lugar de los acontecimientos? Estado de urgencia de la historia, restituye una lógica del sentido, restablece la continuidad, garantiza unos vínculos sociales y culturales en el momento mismo en que se confirma el vacío de los proyectos políticos. Trama la imagen del destino comunitario y multiplica los artificios de un mito originario. Así, los derechos del hombre, declarados y conmemorados, se convierten en una tabla de leyes fundamentales. Su consagración museística les confiere el lustre de un texto sagrado, bien conservado, repuesto en escena para las necesidades de las ceremonias.

Todo está destinado a acabar en el museo, incluso todo acontecimiento existe en tanto que acontecimiento premuseificado. Una invasión planetaria de conservación y de gestión de la memoria autoriza todas las simulaciones y forma un espejo del mundo en el que el pasado, el presente y el futuro acaban por confundirse.

No se acabaría nunca de describir toda esta actividad productora de los teatros de las memorias colectivas... Queda por saber si una petrificación de este tipo abre vías nuevas a la vida social y cultural. Los placeres colectivos de la salvaguardia de las huellas de identidad mantienen su propia legitimidad. Y la museificación del mundo puede parecer que inventa nuevas formas de lo sagrado a pesar de la aparente tiranía de las estrategias de conservación y de su finalidad patrimonial. Después de todo, dejamos de saber por qué se conserva cuando nos imaginamos saber lo que se va a conservar. Si todas las relaciones con los otros, con los objetos, con los espacios, se invierten en la representación museística, los juegos de memoria siguen siendo múltiples, las imágenes mnemónicas continúan mezclándose con los fantasmas, siembran la confusión, no se someten a los modelos simbólicos. Sin lugar a dudas, es preciso confiar en el poder metamórfico de las memorias colectivas e individuales. A pesar del marco impuesto por los espejos de la conservación patrimonial, las memorias siguen unos movimientos constantes de alteración, producen catástrofes del sentido; ¡su domesticidad absoluta no va a llegar de la noche a la mañana'

Henry-Pierre Jeudy es sociólogo francés. Su última obra publicada se titula Mémoires du social (P. U. F., 1986).

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