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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

De lo mejor que me ha pasado

Salí del trabajo a las dos y media de la tarde. La verdad es que no tenía prisa, ya que no sabía dónde ir; seguramente, alguien me esperaba, seguramente...Cogí el coche. Era la hora de comer y no tenía hambre, pero debía invertir una hora y media en algo. Cuando se va conduciendo y no se sabe a dónde ir, todos los cruces son peligrosos; el indicador del coche exige en cada uno qué dirección tomar; por eso me temblaba la mano: tenía obligatoriamente que hacer una elección. Di muchas vueltas, los presos de los bancos salían de sus celdas sin una sola arruga en su camisa, veía cómo tomaban sus ramificadas direcciones en busca de su rutinaria comida. Era la hora del despliegue, la muchedumbre reducida y kafkiana buscaba su portal.

Me apetecía un lugar por lo menos casi vacío, pero a la vez entrañable y con gusto. Al momento me acordé de un bar en la parte vieja de la ciudad, un bar relativamente nuevo, muy cerca de donde, en Navidades, un nacimiento artesanal aparece como metamorfósicamente, cuyo escultor lejano para mí, pero a la vez entrañable, se me aparece muy de vez en cuando en forma de azar, como ese del que saben Cortázar y Kundera.

Llegué allí casi a trompicones, a ese lugar rebuscado, y supe en seguida que era su vino cristalino de coraza marrón lo que yo realmente buscaba.

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El joven que me atendió percibió en seguida mi soledad perfecta, me aconsejó el lugar que debería habitar y fui sumisamente a una mesa cerca de la ventana. Frente a mí estaban comiendo tres personas: un matrimonio y un amigo; a él le brillaba el anillo, y a ella, el pelo. Tenían un hijo de algunos meses que no conseguí identificar hasta que ella lo tomó en brazos. Era una niña que me miró con sus ojos de espejo: ahí estaba lo mejor que me había pasado, por lo menos ese día. Sólo los niños que no saben son los que reciben. Me miraba, se volvía y volvía a mirarme; su alegría turbaba mi tristeza.

Sentí deseos de irme, pero aún me quedaban 45 minutos para invertir; no quería más café ni tampoco otro bar. Eché gasolina al coche y tomé una carretera con pocas intersecciones; era fácil conducir, todo se quedaba atrás sin dolor, y a las cuatro yo

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también volví a mi celda.-

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