Fútbol sin radio
LA LIGA de Fútbol Profesional se está pasando. La pretensión de hacer pagar a las emisoras de radio un canon por la transmisión de los encuentros de Primera y Segunda División, e incluso por informar de la marcha del marcador en cada estadio, puede ser el punto de no retorno de una escalada cuyo previsible desenlace es la conversión del actual deporte rey en un deporte más. Pero es también una iniciativa dudosamente legal y de legitimidad cuestionable.El fútbol y los medios de comunicación se necesitan. Por cada espectador que acude a los estadios, miles siguen los encuentros y cuanto los rodea por la radio, la televisión o los periódicos. Sin estos potentes multiplicadores del acontecimiento, el fútbol volvería a ser lo que fue en la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del siglo XIX: el entretenimiento privado de unas docenas de sportmen. Como en otras actividades humanas, la pretensión de exprimir el presente sin miramientos, significa apostar por la penuria futura. Los espectadores de mañana son los radioescuchas, televidentes o lectores de las secciones de deportes de hoy.
Por ello, los dirigentes que tan irresponsablemente han llevado al fútbol español a una situación de quiebra técnica están actuando con arreglo a pautas diferentes a las de "un buen padre de familia" que mencionan nuestros códigos. Las expectativas de cada vez más extravagantes ingresos atípicos alimentan las exigencias económicas de los futbolistas -el mercado español es hoy, con el italiano, el más desmadrado del planeta futbolístico-, lo que fuerza nuevas iniciativas de captación de ingresos, en una escalada sin fin. Ahí está la difícil situación económica actual del Barcelona para probar que ese mecanismo se traduce casi sin excepciones en un crecimiento de los gastos más rápido que el de los ingresos.
Dudosamente legal, además, porque la transmisión de un partido de fútbol -o de las peripecias del juego mediante conexiones temporales- es un acto informativo y está amparada, en cuanto tal, por la Constitución, cuyo artículo 20 proclama el derecho a comunicar o recibir libremente Información veraz por cualquier medio de difusión. En el límite, puede admitirse que en una transmisión por televisión se reproduce el acontecimiento en sí, por lo que se vería afectado el derecho de imagen. Pero la narración radiofónica de un encuentro es una recreación verbal de ese acontecimiento; no existiría sin la acción de los jugadores, pero tampoco sin el trabajo profesional de los locutores, que es el que llega al público. De otro lado, si es cierto que la transmisión por televisión de un encuentro resta normalmente afluencia al estadio -y de ahí que ese perjuicio deba ser compensado-, tal cosa no ocurre con la transmisión radiofónica, que, por el contrario, contribuye, antes, durante y después del acontecimiento, a dar animación a éste.
Dudosamente legítima, finalmente, porque el fútbol disfruta, precisamente por su condición de hecho de trascendencia social, de una serie de ventajas de hecho -en el terreno fiscal, urbanístico, incluso de subvenciones directas o indirectas- que cuestionan su naturaleza de espectáculo estrictamente privado. Sin olvidar que, por ejemplo, numerosos estadios son de propiedad municipal. El argumento del coste de las instalaciones técnicas necesarias para las transmisiones radiofónicas podría ser objeto de negociación. Pero lo que resulta inadmisible es el trágala de sacar a concurso la exclusiva, con condiciones draconianas que sólo pueden ser aceptadas o rechazadas en bloque. De momento, las cadenas privadas, así como Radio Nacional, han decidido no tragar, y en un comunicado difundido ayer alertaban sobre el hecho de que, so capa de concurso privado, lo que se está haciendo es poner a subasta un derecho constitucional. Sería lamentable que el asunto tuviera que derivar hacia los tribunales. Pero, si así fuera, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional sobre la prevalencia del derecho a la información deja escaso margen para la duda sobre el desenlace. Antes de llegar ahí, sería deseable el diálogo. Porque ambas partes se necesitan. Y porque los aficionados difícilmente pasarían por la renuncia a programas que forman parte de la rutina de las tardes de los domingos desde hace más de cuatro décadas.
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