Recordar Sabra y Chatila
"Lo dificil va a ser construir el libanés nuevo. Aunque tenga 90 años, yo nunca podré olvidar lo que pasó en 1982", comenta apesadumbrado mi compañero de refugio en Beirut este cuando hablamos del futuro de Líbano. Al mencionar 1982, M. se refiere a las matanzas de palestinos que se perpetraron en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en las que él estuvo presente. "Aquello fue una matanza", confiesa en la extraña intimidad que crea el cuartucho subterráneo y el terror a las bombas que caen sobre la capital libanesa. Víctima, como muchos otros libaneses, de una guerra que le ha robado la juventud y ha hipotecado su futuro, M. se apoya en sus ganas de vivir para superar el pasado. Su condición de greco-ortodoxo de una familia acomodada le deparaba en principio otro futuro que acabar enrolado en una de las milicias que han desgarrado su país."Era un crío cuando comenzó la guerra. El fusil era más grande que yo", relata sin orgullo ni pesar. Todavía tuvo tiempo de estudiar el bachillerato e incluso de iniciar una carrera que nunca acabó. Su militancia en las Fuerzas Libanesas (FL), al lado del entonces líder y ahora disidente Elie Hobeika, le obligó a madurar a golpe de metralleta.
"Hobeika siempre ha negado su participación, pero fue él quien nos dio las órdenes. Desconozco quién se las dio a él", va desgranando mi interlocutor poco a poco. "Sí, los israelíes estaban allí y sabían lo que pasaba". M. tenía entonces 20 años.
"Nos llamaron porque aún quedaban fedayin [combatíentes palestinosl y había que limpiar los campos", asegura convencido. "El problema fue que una vez dentro no se hicieron distinciones. Fue como sí la gente se hubiera vuelto loca. Se acabó con todo el mundo... Niños, mujeres, ancianos. Horrible. Y te aseguro que no estábamos drogados".
"Tuve que salirme. Me estaba poniendo enfermo. No pude soportarlo. Cuando se mata no se es consciente de lo que se hace, pero durante los tres días siguientes no pude conciliar el sueño... Aún hoy, prefiero no recordar", advierte con un tono de voz que casi es una súplica para que no se le pregunte más.
Después de aquello, M. se sumió en una depresión de la que tardó varios meses en salir. Poco a poco se fue desengañando y se empezó a replantear su pertenencia a las Fuerzas Libanesas.
En diciembre de 1985, cuando a resultas de la firma por parte de su jefe de un acuerdo tripartito con los sirios y los dirigentes musulmanes libaneses estalla la guerra dentro de su propia milicia, abandona y vuelve a la vida civil. En el camino han muerto todos sus amigos. "Entonces tuve que recomenzar", asegura.
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