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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Interregno en Japón

EL NOMBRAMIENTO de Toshiki Kaifu como primer ministro no pone fin a la grave crisis política que atraviesa Japón. Abre más bien un nuevo compás de espera en el intento por parte del Partido Liberal Demócrata (PLD) de aplazar al máximo la convocatoria de elecciones a la Cámara baja de la Dieta. Kaifu ha sido escogido mediante un compromiso entre las diversas familias del partido. Ello ha puesto de relieve el peso de la rutina en el seno del PLD, su incapacidad para superar las costumbres escasamente democráticas de funcionamiento interno que han sido un factor determinante de la caída de su prestigio entre la población. El nombre de Kaifu, un político relativamente joven, ha sido pactado entre los jefes de las tres principales familias del PLD, encabezadas por los ex jefes de Gobierno Abe, Nakeshita y Nakasone. Pero la razón verdadera de la selección de Kaifú, casi un desconocido, es que todos los líderes históricos del PLD están tocados por el escándalo Recruit.El PLD ha impuesto su candidato, pero no ha logrado dar signos de renovación. Hoy es el tema decisivo. En estas condiciones, el Gobierno de Kaifu sólo puede significar la prolongación del interregno iniciado con la caída de Takeshita y en el que los 52 días del Gobierno presidido por Uno sólo han servido para poner de relieve la hondura del desprestigio del PLD. Su derrota sin precedentes, tanto en las municipales de Tokio como en la renovación de la mitad del Senado, indica un corrimiento sustancial en las opciones de los electores nipones. Para seguir gobernando, el PLD necesita recuperar su influencia entre ese amplio electorado que se aleja de él. No parece que Kaifu tenga condiciones para ello. Ha hecho promesas de rectificación en temas particularmente conflictivos, como el del impuesto sobre el consumo y la apertura del mercado a productos agrarios de EE UU. Pero el golpe sufrido por el PLD desborda el desacuerdo programático. El electorado ha dado la espalda a ese partido por motivos de confianza, porque todos sus santones han sido salpicados por la corrupción. Habiendo gobernado sin interrupción durante 34 años, el PLD se ha acostumbrado a tratar el país como su propiedad. Ello ha generado una cultura política de menosprecio al pueblo, de reparto de influencias y prebendas entre familias y de abandono de normas éticas inherentes al funcionamiento democrático.

La Constitución japonesa establece que la elección del primer ministro se realizará mediante votaciones del Congreso y del Senado, primando la del primero en caso de no existir coincidencia en la persona elegida. Es lo que ha pasado. Kaifu ha sido designado pese a que el ahora renovado Senado optó por Takako Doi, presidenta del Partido Socialista, que en las elecciones recientes vio multiplicarse por dos su anterior fuerza electoral. Para amplios sectores, el Senado expresa hoy el sentir popular mucho mejor que la Cámara baja, elegida hace tres años. La señora Dol ha introducido aires nuevos en la política socialista, limando algunos de los extremismos de su programa y haciéndole más apto para asumir altas responsabilidades de Estado. La tarea principal de Kaifu va a ser tratar de evitar una convocatoria electoral anticipada, que parece, sin embargo, la única salida posible del período inestable que ahora se abre.

En la sociedad japonesa se acusa una contradicción cada vez más evidente entre impresionantes avances en el terreno económico y tecnológico y la aparición de nuevas capas sociales con una fuerte dinámica social, y un sistema político anquilosado y corrompido. ¿Le tocará al Partido Socialista resolver esa contradicción, o será capaz el PLD de realizar un proceso de renovación interna? No hay por ahora signos de esta segunda hipótesis.

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