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La victoria de los vencidos

Con este título ha publicado un excelente libro el sociólogo suizo Jean Ziegler. Apenas terminada su lectura, acabo de leer en la Prensa (concretamente en EL PAÍS) que el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha pronunciado, durante su reciente estancia en Madrid, una homilía en la que, partiendo del relato evangélico de la liturgia del día, se mostró firme cuando descalificó a los violentos, que, como los históricos zelotas -patriotas que propiciaron la rebelión de Judea contra el emperador Tito-, intentan "traer el reino de Dios a este mundo". "Los mensajeros de Jesús no predican la lucha de clases, sino la paz de Jesús", agregó, y por eso se atrevió a criticar a aquellos que pretenden "cambiar la situación"."Jesús" continúa el cronista de EL PAÍS, "de acuerdo con Ratzinger, dijo a sus discípulos que debían predicar la paz"; por ello los enviaba como ovejas, no como lobos, aunque el pecado original "nos contagió algo de lobos". En opinión del cardenal, hay que pensar "en la alegría de la resurrección", porque "lo que realmente hace feliz es el cielo".

Como vemos, a primera vista la interpretación evangélica del cardenal Ratzinger da la impresión de ser puramente espiritualística: ya habrá una compensación en el cielo; mientras tanto, los cristianos no deben pensar en "cambiar el mundo". Estoy seguro de que no es éste el pensamiento último del cardenal, pero nos tenemos que atener a las expresiones externas, que son los medios por los cuales el oyente asimila la doctrina del predicador.

Es curioso que Ratzinger no hubiera unido dialécticamente a su repulsa -legítima- de la violencia la fuerza con que Jesús insiste en exhortar a "cambiar de mentalidad" (metánoia). Porque si los predicadores evangélicos van por ahí proclamando la necesidad de este cambio de mentalidad, tarde o temprano habrá un cambio de las mismas estructuras mundanas. Así lo entienden los poderes de este mundo, y por eso se muestran alérgicos a ciertos tipos de teología.

Ziegler hace, a este respecto, una afirmación rotunda: "Culturas de la resistencia significan sencillamente esto: los valores, las significaciones, los símbolos que las constituyen han sido en principio negados, limados, erosionados, parcialmente destruidos por la apisonadora de la colonización. Nunca lo repetiremos bastante: la conquista de los continentes de ultramar, la esclavización de los pueblos de piel negra, morena, amarilla, cobriza y el pillaje de sus riquezas sólo fueron posibles gracias a la esclavización de su espíritu".

Es lo que ya había dicho Antonio Grarnsci: "No hay toma de poder político sin previa toma de poder cultural". Y yo me atrevo a ahondar más, añadiendo que no habrá cambio de estructuras mientras no haya cambio de mentalidad religiosa. Ahora bien, en esto lleva razón el cardenal: este cambio no se puede imponer con la fuerza de un lobo. Los predicadores no pueden proclamar las bienaventuranzas con la prepotencia de un lobo sagrado o con la magnificencia de un león celestial. Ésta ha sido nuestra equivocación. Estoy seguro de que si se le pregunta a Ratzinger por la necesidad de proclamar la metánoia, el cambio de mentalidad, dirá indudablemente que sí. Pero al mismo tiempo no hará la justa crítica a la parafernalia con que ayer y hoy ha acompañado la predicación del evangelio. En el relato de san Lucas que comentaba el cardenal se les dice a los discípulos predicadores que vayan a la misión "sin alforja, sin sandalia, sin cinturón". O sea, ligeros de equipaje. ¿Cómo podremos justificar la magnificencia que desde hace siglos va acompañando a la proclamación del evangelio de los pobres?

En América Latina, los teólogos van diciendo unas cosas que en el fondo molestan -nos molestan- a los habitantes y disfrutadores del primer mundo. Ellos dicen que los pobres no son solamente "evangelizados", sino "evangelizadores". Es curioso cómo un mero sociólogo, como Ziegler, ha descubierto esta realidad social. Según él, en efecto, los hombres de vientre vacío, que entregan desde hace siglos sus materias primas a Occidente y al Norte, conservan todavía, en el fondo de su indigencia, un tesoro de símbolos capaces de explicar y dirigir la vida. En este sentido, las culturas tradicionales forman hoy una especie de pozo en el desierto, un precioso depósito de sentido. O sea: son los pueblos más pobres los que conocen con mayor seguridad los ocultos sentidos de la vida. Hoy los ricos son a menudo los más menesterosos. Y los pobres se vengan de los ricos por medio de un saber cuyo manantial brota en las comunidades intactas, solidarias, cálidas que unen a los muertos con los vivos. El Tercer Mundo salvará a Occidente, porque los pobres son el porvenir de los ricos. La sabiduría va vestida de harapos. Mientras nosotros tenemos hermosos niños bien nutridos, poseemos los derechos del hombre, el dominio del planeta y la seguridad social, nuestra angustia nos impide gozar de estos bienes.

Cuando el cardenal Ratzinger y todos los altos personajes del establishment eclesiástico tiemblan ante el peligro (?) de un avance de las teologías de la liberación, que no piensen que Marx, Lenin o Stalin han tomado posesión -diabólicamente- de los católicos de nuestras pobres comunidades contemporáneas. Se trata solamente de un rebrote del evangelio, del evangelio legítimo y auténtico. Solamente así se entiende aquella difícil bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres poseídos por el Espíritu de Dios, porque de ellos es el reino de Dios". No dice simplemente que el reino es para ellos, que ellos son los súbditos, sino que ellos son los dignatarios: "De ellos es...".

Y no pensemos que los cristianos tienen que mendigar unos gramos de marxismo para dinamizar su fe. Es el mismo Ziegler el que dice cosas tan sorprendentes como éstas: "Cuando más se libera un pueblo de la miseria, de la coacción y de la angustia del futuro, más vive su ser cultural, más recupera sus significaciones, más importancia da a sus valores singulares. Progreso económico y renacimiento religioso van a la par. La religión es la gran laguna del pensamiento marxista. Pertenece a zonas de la existencia humana que el pensamiento histórico sólo ha explorado muy superficialmente. Lo más profundo del hombre resiste con más dureza y con mayor constancia a la racionalización. Y lo más profundo es precisamente la angustia ante la muerte y su expresión compensatoria y positiva: la fe religiosa".

En una palabra: la Iglesia no puede disfrazar lobos y leones con actos de violencia sagrada y de magnificencia hierática. Los predicadores han de ser auténticos corderos, conscientes de que en el fondo de su mansedumbre y de su pobreza tienen un tesoro de valores capaces de cambiar el mundo con mucha mayor eficacia que la ya obsoleta lucha de clases.

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