Hungría, dos funerales representativos
La vida lo quiso al estilo de las biografías paralelas de Plutarco. El funeral de Janos Kadar, el líder incuestionable de Hungría durante 32 años, cuya deposición en mayo de 1988 fue necesaria para la rehabilitación de la mayor víctima de su régimen, Imre Nagy, el primer ministro de la revolución húngara de 1956, llega sólo cuatro semanas después del simbólico funeral público de Nagy y sus otros camaradas ejecutados.Por así decir, Kadar estaba muerto desde mayo de 1988. Porque su persona era inseparable del poder que empuñaba. Antes de llegar al poder, esta persona era indistinguible de la falange de funcionarios anónimos; después de la pérdida del poder, ya no estuvo presente en la vida húngara. Este detalle distingue al político del poder del hombre de Estado; un De Gaulle, un Churchill siempre estaban palpablemente presentes en las vidas de sus naciones, tanto antes de llegar al poder como después de perderlo, temporalmente o definitivamente.
Dos rasgos principales caracterizaron a Janos Kadar, el político del poder, durante su largo gobierno, el más largo de Hungría en este siglo. En primer lugar, nunca discutió el sistema que le había proporciona do la dirección soviética y en el que tuvo que maniobrar. En segundo lugar, dentro de esta estrecha limitación era un magnífico realista maquiavélico, un técnico del poder de primera categoría.
El sistema dado a Kadar en noviembre de 1956, cuando su gobierno húngaro llegó a Budapest en los tanques soviéticos, era el jrushchevismo, el intento de desmembrar los excesos del régimen de Stalin mientras se dejaba invariable la estructura del régimen. Y Kadar, que había crecido en la escuela stalinista de funcionarios comunistas, una tradición a la que había servido con puño de hierro como ministro del Interior de la Hungría stalinista, se convirtió de la noche a la mañana en el último jruscheviano, porque éste era el sistema que le había sido dado. Además, se unió tan inseparablemente a su sistema, que tuvo el único gesto sentimental de su carrera política, caracterizada por la reserva y el frío cálculo, cuando alabó públicamente los méritos de Jruschev después de la caída del primer secretario en octubre de 1964.
Tres rasgos caracterizaron el jruschevismo de Kadar. Después de la revolución, de forma muy parecida a la de los actuales dirigentes chinos, desató una ola de terror despiadado en Hungría (cuyos centenares de víctimas ejecutadas están siendo rehabilitadas estos días). Para Kadar el jruschevista, el terror era una función necesaria pero limitada de su régimen, no su fin. No había la menor sed de sangre en esta fría personalidad que había dejado atrás tantas víctimas. En cuanto percibió que su país estaba suficientemente intimidado, canceló la ola de terror y sorprendió al mundo con la liberación de sus prisioneros supervivientes cinco años después de la revolución.
Como jruschevista, Kadar también suscribía la idea de que había que disuadir a la población, pacífica pero enérgicamente, para que no se interesara por la política, en lugar de amedrentarla y refrenarla constantemente. En esta técnica, Kadar tuvo más éxito e inventiva que su maestro. El sistema de pequeñas concesiones, desde abolir el adoctrinamiento obligatorio, que hace aún tan insoportable la vida cotidiana en Corea del Norte o Rumanía, hasta la promoción del turismo de masas, Kadar fue incansable en fraguar un consenso basado en la despolitización. Durante décadas, mientras Kadar se convertía en el favorito de la prensa occidental, que ya no estaba dispuesta a oír hablar de sus víctimas, este consenso descansó en su gran habilidad para convencer a Hungría: su régimen ofrece los menores problemas posibles para el país en unas condiciones dadas. Este consenso, que fue creado bajo coacción, innegablemente funcionó durante más de quince años.
Por último, Kadar el jruscheviano, que prometió interminables reformas económicas, de las que sólo llegaron a realizarse unas pocas, fue un defensor del consumismo de masas. La gente en Hungría fue notando más y más que podían poseer algo, incluso aunque no tuvieran voz en la dirección de sus condiciones políticas y económicas. Nadie se preocupó, y menos que nadie los dirigentes kadaristas, de que esta reconciliación económica con la población se hiciera al precio de préstamos derrochadores y, en un momento dado, bancarrota.
Pero llegó la bancarrota económica y política. Y cuando el ajuste de cuentas se hizo inevitable resultó que el intento jruschevista de cuadrar el círculo, reformando el régimen mientras dejaba intacto todo lo esencial, sencillamente reprodujo la crisis del comunismo contra la que había sido inventado. La gran habilidad de la tecnología del poder de Kadar ya no pudo ocultar el hecho de la bancarrota y la crisis. Kadar tuvo que abandonar el cargo y Hungría se ha embarcado en su revolución silenciosa.
Y mientras la persona de Kadar abandonaba el recuerdo público sin dejar huella, su ejecutado equivalente, Imre Nagy, se levantaba irresistible y victoriosamente de su anónima tumba. Nagy era un hombre de Estado en el mejor sentido de la palabra, un político cuya presencia se notó quizá más poderosamente todavía cuando fue desalojado del cargo que cuando había empuñado el poder (porque Nagy carecía de las grandes facultades pragmáticas de Kadar). Las biografías paralelas de dos políticos, surgidos ambos del comunismo y que por un momento pareció que gobernaban Hungría juntos con espíritu de reforma, se separaron en un punto histórico crucial. Kadar, el político del poder, nunca discutió el marco dado por los sucesores de Stalin, simplemente deseaba perfeccionarlo y ponerlo al día. Nagy, el hombre de Estado democrático, puso en duda la soberanía del partido y optó por la soberanía popular. El hombre de Estado murió a las manos del maquiavélico Político del poder, Janos Kadar, quien unas pocas semanas antes de su muerte afirmó en una entrevista, quizá sinceramente, que nunca creyó que Nagy fuera un contrarrevolucionario, sólo un "hombre débil". En el vocabulario bolchevique, debilidad significa principios democráticos y valores morales. Y precisamente debido a esta debilidad, a sus convicciones morales y democráticas, en una comparación ponderada de las dos biografías paralelas, la de Nagy, el hombre de Estado, eclipsa la más discutible biografía de Janos Kadar, el triunfante político del poder.
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