_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una revolución actual

EL RITO de los centenarios es un invento de principios del siglo XIX. Durante la pasada centuria, la civilización occidental, rebosante del optimismo desencadenado por la revolución industrial, convencida de que podía conquistar la naturaleza por la ciencia y el saber, comenzó a crear aniversarios, a establecer jalones de sus propios éxitos. Y el mismo mojón divisorio que en la historia creaba la Revolución Francesa -de lo que eran muy conscientes sus protagonistas- contribuyó no poco a la popularización de esa mirada conmemorativa, que sólo con el tiempo se ha convertido en distraída ceremonia de no importa qué trasunto del pasado.La conmemoración, en cambio, del bicentenario de la Revolución no es un ejercicio de nostalgia; por el contrario, el debate sobre lo que fue, pudo o debió ser la conmoción francesa y europea se halla en plena juventud, y ello no únicamente desde un punto de vista histórico, sino como examen de un legado político que enlaza con nuestra más directa contemporaneidad. En un reciente debate celebrado en París organizado por EL PAÍS -y del que ayer se daba cuenta en un suplemento en estas páginas- se produjo un notable consenso entre historiadores, escritores y políticos asistentes: cualquiera que sea la interpretación que se dé a la Revolución, ésta ha dejado una huella profunda en nuestras vidas, y se encuentra muy lejos de convertirse, por lo que respecta a sus efectos, en un capítulo cerrado de la historia del mundo.

Los ideales de la Revolución, sólo parcialmente realizados -la libertad como igualdad, la igualdad como oportunidad suficiente para todos y la fraternidad como el cimiento de las dos anteriores-, son todavía un objetivo relativamente distante en el mundo desarrollado y apenas un despertar entre el ruido y la furia, como vemos hoy en China, en la Unión Soviética y en buena parte del Tercer Mundo.

La conmemoración de la Revolución, por otra parte, se hace en 1989 en un maj-co significativamente distinto de aquella primera de 1889 en que, como aviso para tibios y contrarrevolucionarios, Clemenceau advertía que "la Revolución es un bloque". Hoy, el presidente François Mitterrand asegura, con la sutileza del que sabe que las heridas se hallan razonablemente cicatrizadas, que "la Revolución es un todo", como abrazando no sólo a Francia, sino a todo el sentimiento progresista internacional. Al mismo tiempo, con el sentido de la pompa y de la circunstancia que posee esa aparición ya histórica en que se ha convertido el presidente de la V República, la gran semana del bicentenario será la de una apoteosis mundial de Francia, con la celebración de la cumbre de los países industrializados en París y el comienzo de la presidencia francesa de la Comunidad Europea.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La avalancha de celebraciones, de debates, de papeles doctos que tiene su centro de operaciones en París, pero que irradia al mundo entero, constituye, por añadidura, una lección de sentido de la oportunidad, de comprender y subrayar lo que une y no lo que separa, que no debería caer en saco roto para las naciones que hogaño preparan centenarios en la duda de si llamarles descubrimientos o encuentros.

Junto a ello resulta irrelevante la disputa que ha asolado durante años a las universidades occidentales entre ortodoxia y revisionismo en el estudio de la Revolución. Si el famoso dérapage de Frangois Furet fue o no un estrambote innecesario de la conmoción revolucionaria; si la burguesía se las estaba arreglando mejor o peor por sí sola sin necesidad del terror, la guerra y la decapitación de un rey; si determinados excesos por presentar la Revolución como una novela de capa y espada eliminan o no el antiguo clasicismo que se inició con Michelet y se doctoró con Jaurés; todo ello carece de verdadera importancia ante el hecho de que la actualidad subraya hoy la vigencia de aquel referente histórico, desde Pekín hasta el Báltico, desde Centroamérica hasta África del Sur. Ése es el gran legado de la Revolución Francesa que hoy se conmemora en París, estos días capital de la humanidad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_