Nunca la pena de muerte
Resulta preocupante la proliferación en los medios de comunicación de algunas opiniones favorables a la implantación de la pena de muerte para casos de terrorismo.Preocupante por lo que aparentan ser reacciones puramente vitalistas ante sucesos sangrientos de dolorosa y dificil comprensión. Y es que es necesario siempre un rigor de valoración que permita afrontar el problema de la manera más eficaz y, a la vez, humana y democrática.
Sería necesario recordar que ya se aplicó en España la pena de muerte contra miembros de ETA y el FRAP en 1975. Los resultados son fácilmente evaluables a la vista de la situación actual: no hubo ningún efecto paralizador.
Todo lo contrario, la actividad terrorista se radicalizó, se hizo más indiscriminada. Los activistas ejecutados fueron mitificados y elevados a la categoría de héroes, incluso entre sectores no afines. Se amplificó el eco de las acciones de estos grupos hasta proyectarlos internacionalmente.
Por ello, seguir insistiendo en medidas capitales no tiene más razón de ser que la de una simple y pura venganza. Venganza que probablemente, al no verse colmada con resultados prácticos, reclamaría otras posibilidades cada vez más directas y ejecutivas. ¿Por qué no la venta libre de armas automáticas?
Cualquier imagen filmada o fotografiada de un, ser humano ejecutado, ahorcado, lapidado, electrocutado, inyectado, gaseado, fusilado o decapitado es terriblemente parecida a la de otro asesinado vilmente en una calle o en un supermercado. Pero cuando se producen las dos, los verdugos pueden asemejarse, y las sociedades que las avalan, también-
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