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Un beso es sólo un beso

Me pregunto cómo es que todavía no se ha manifestado nadie contra el verano. No se trata sólo de la chicharra térmica, sino también y sobre todo de que el verano desorganiza la vida que uno ha estado montando como una hormiga durante el invierno.Vivir es, por lo general, refugiarse. El refugio del trabajo de la casa, de la experiencia personal, del placer íntimo, de la proeza metódica, del baño con biblioteca, de las caricias aprendidas. Cuando la gente quiere ser alguien, lo primero que aprende es a refugiarse. El refugio es también la posibilidad de un método, puede decirse que la cueva es el principio de todo sistema. Fuera del matrimonio, suele decirse por ahí, no hay salvación. Lo mismo pasa con el refugio.

Bien. Pues el verano va contra todo eso. Su primera consecuencia es empujar al personal a la calle. Llega el fin de semana y escuchas, desde tu magnífico cuarto amueblado como la biblioteca de My fa¡r lady, dispuesto para la concentración y el beneficio, el chapoteo piscinero de los vecinos, sus gritos repugnantes, cuando no algún beso sonoro. El mundo entero te recuerda que hay cielo abierto, pasión y arbitrariedad. Nada te obliga desde luego a salir de tu magnífico cuarto, pero reconozcamos que ese recuerdo es cruel.

Supongamos que, por debilidad, el hombre metódico y concebido para superarse continuamente a sí mismo, sale al espacio abierto para liberar en lo posible la tensión que provoca un mundo enloquecido y en bragas. En menos de cien metros de paseo habrá obtenido, con probabilidad, la visión disolvente de al menos tres parejas en frotación. No se trata de que se excite y de que después no sepa qué hacer con esa excitación. Dejemos las porquerías aparte. El asunto es que la forma en que la gente se besa por la calle tiene todos los ingredientes para hacer que uno se resienta de verdad. (Me he fijado, por cierto, en que las chicas vuelven a ponerse de puntillas para besar al antagonista).

En primer lugar, porque un beso es inútil. Nadie da un beso yse queda tan tranquilo. La mayoría quiere seguir dándolos después de haber probado uno. Prueba irrefutable de su inutilidad como acto individualmente considerado. En segundo lugar, porque cuando la gente repite beso, lo hace con método y ese método es una denuncia de los métodos que realmente conducen a algo provechoso en la vida. Es decir, se besan, respiran un poquito y vuelven a la carga. Un buen observador podrá certificar que tanto los intervalos como las presiones propiamente dichas son de una regularidad alarmante. Y eso no depende de las técnicas particulares que se emplean. Por ejemplo, los que usan de la presión sostenida y alargan el inútil gesto durante minutos, dándose un respiro comparativamente despreciable, siempre lo hacen de la misma manera. Es decir nadie cambia de técnica sobre la marcha. O se besa largo y se respira corto o se besa corto y se respira largo, por poner casos de un repertorio francamente rico. Algo tan metódico sólo puede interpretarse como un sarcasmo del método que utiliza el hombre empeñado en superarse continuamente a sí mismo y que vive en refugio.

En tercer lugar, y ya que emplean un método, lo menos que puede pedirse es que concluyan en algo. Que finalicen su pasión con el desahogo convencional. No es así. En el besarse termina todo, en el propio método o técnica se agotan las posibilidades de algo diferente o nuevo. Están allí para besarse y que alguien los vea, o para besarse y verse a sí mismos besándose mientras otros miran que se besan. Si uno se toma el beso en serio, sabe que su prolongación natural se halla en la umbría de un lecho y no en las avenidas de una capital. Esto más que ninguna otra cosa, es lo que desorienta al hombre que quiere ser algo en la vida. Un método interminable que demora y demora su natural y lógico objeto, sin razón aparente y sin declaraciones que lo justifiquen.

Todo ello obliga a que una persona normalmente conformada y de la que la comunidad obtiene beneficios, pueda exigir y exija la supresión del verano como fórmula de vida, si es que la comunidad no quiere encontrarse inmersa cualquier día en la más absoluta de las disoluciones. El día en que el hombre de provecho se ponga a besar por su cuenta de buenas a primeras, ya veremos lo que pasa. El que avisa no es traidor.

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