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Tribuna
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Cambiazo

Todavía recuerdo con emoción la mañana en que me enteré de que los policías habían cambiado su legendario uniforme gris, el de los viejos tiempos, por otro de color marrón que, indudablemente, les otorgaba mayor prestancia, y que es aquel con el que las nuevas generaciones les han conocido. En aquella ocasión me encontraba participando en una sentada pro aborto en Madrid, y nunca olvidaré la placidez que me invadió cuando un grupo de guapos mozos, fornidos y admirablemente trajeados con terno algo marcial pero muy de película, Irrumpió en la sala. Tanta placidez, que sólo cuando les vi cargar contra las que tenían más a mano comprendí que se trataba del material de relleno perfectamente entrenado que ya en otros momentos había despertado mi admiración por su contundencia.Segundos después lo entendí aún mejor, pues el sonido de la porra sobre carnes y huesos, así como el perfil inconfundible del moratón producido por tal artefacto, me infundieron una sabiduría indescriptible. Ya no me fío de los colores.

He de reconocer, pese a todo, que el anunciado paso al azul de nuestras fuerzas de seguridad me ha dejado desarmada. Aunque no se especifica tonalidad, debemos admitir que no existe, en toda la gama de azules, ni uno solo al que se pueda oponer reparo. Azul purísima o azul turquesa, azul añil o azul mediterráneo, azul eléctrico, azul cobalto o azul como los ojos de mi amado, cualquier azul con policía dentro será siempre estremecedoramente azul, paralizantemente azul. Y una batería de agentes de azul ya no se nos representará como un peligro. Será el horizonte.

De repente, una canción de cuna toma sentido: "Tengo un policía vestido de azul, con su camisita y su canesú". Y qué les voy a contar de los blues de Carabanchel, que a partir de ahora podrán entonarse con auténtica inspiración y sentimiento.

Sólo falta que los manden a Rupert.

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