Lo que había en las urnas españolas
TRAS SIETE años en el Gobierno, el PSOE sigue manteniendo el apoyo mayoritario del electorado. Según los expertos, y dada la actual distribución territorial del voto socialista, un porcentaje situado en torno al 40% bastaría para garantizar al PSOE la mayoría absoluta. Ello no significa que mantenga los mismos apoyos sociales que lo llevaron al Gobierno, pero sí que su desgaste se ha expresado antes en un aumento de la abstención que en el reforzamiento de las demás fuerzas políticas y que ese desgaste ha sido mayor en la oposición que en el partido del Gobierno.Que los socialistas han visto menguar sus apoyos es una evidencia: más de un millón de votos (cerca del 15%) perdidos desde las europeas de 1987. Pero la oposición de centro-derecha ha extraviado casi un tercio de los suyos. Y, a su izquierda, IU se ha limitado a resistir la marea abstencionista, manteniendo prácticamente estable su voto y mejorando su porcentaje en menos de un punto. Ello parece indicar que la transferencia de sufragios entre opciones ideológicas claramente diferenciadas ha sido mínima. Lo que, a su vez, confirmaría la hipótesis que atribuye a la abstención el papel de bolsa receptora de los votos de quienes, estando insatisfechos con la opción anteriormente elegida, no se deciden, sin embargo, a prestar su apoyo a cualquier otra.
El éxito de IU debe ser relativizado: no es evidente, como pareció a la luz de los sondeos provisionales de la noche del jueves, que se haya beneficiado en medida apreciable del divorcio entre el PSOE y los sindicatos. Sin descartar que hayan podido influir otros factores, ello sería un reflejo de la opción genérica de gran parte de los asalariados por la moderación y la estabilidad: habría pesado más la impresión subjetiva de que su situación personal ha mejorado que la agudización de las diferencias sociales denunciada por las centrales.
El fenómeno Ruiz-Mateos no sólo no basta para explicar el retroceso del Partido Popular, sino que más bien constituye un síntoma de la debilidad política de una opción que, 15 años después de la desaparición de Franco, sigue sin dar con un mensaje que sea a la vez inequívocamente democrático y claramente identificable por los electores. Ni el refundado PP ni la antigua AP han sido capaces de acreditar un discurso y unas propuestas en positivo que no giren obsesivamente en torno a la denuncia catastrofista de los incumplimientos de los socialistas. Ello supone, de un lado, otorgar a éstos la iniciativa y reconocerlos casi como imbatibles, y de otro, engordar reacciones antisistema como la simbolizada por el circo del empresario jerezano.
El hundimiento del CDS tras su giro de 180 grados plantea dudas sobre cuál pueda ser su porvenir inmediato. Sin embargo, parece claro que su recomposición pasa por olvidarse de momento de la Moncloa y plantearse, más modestamente, un papel de partido bisagra similar al que vienen desempeñando sus socios de internacional, los liberales alemanes occidentales. Las cuatro formaciones nacionalistas vascas han obtenido escaño. Pero el hecho de que no hayan sido capaces de articular una candidatura conjunta desmiente en cierta medida el presupuesto básico de todo nacionalismo: la existencia de unos intereses nacionales que prevalecen sobre cualquier diferencia ideológica o política. El triunfo del PNV es particularmente significativo después de su giro hacia la moderación (en disputa con Garaikoetxea, que ha perdido en Euskadi el 25% de sus votos tras girar en sentido opuesto), su pacto de gobierno con el PSOE y el liderazgo de Ardanza en el rearme moral frente al terrorismo.
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