Europa, el nuevo horizonte
En los próximos 10 años, los europeos occidentales vamos a enfrentarnos con cambios que van a afectar, no ya a nuestras perspectivas de bienestar y seguridad, sino a liberar fuerzas políticas y culturales que la situación hasta ahora vigente colocaba entre ciertos límites.1. En primer lugar, la realización del mercado interior único. La nueva expectativa de su creación ha cambiado el clima económico. Hace una década, cuando se publicó el primer informe del Club de Roma, el diagnóstico común era, para los países industrializados, el crecimiento cero. Pero hoy la lectura general es el enriquecimiento global a escala de Europa occidental. Es posible un crecimiento global a escala europea occidental de un 4% acumulativo; una reducción de la inflación a menos del 2%; una creación de empleo para paliar esa cifra media de paro del 11% europeo, y un abaratamiento de los costes.
Pero, frente a esa predicción, que parece fundada, caben dos modelos: la mera liberación de obstáculos al área común dejando que las fuerzas del mercado nuevo conduzcan a plazo medio a una armonía general. Es la posición conservadora. Liberalización antes de armonización es el gran salto conceptual introducido en la vida comunitaria.
Frente a esta posición, la que juega a fondo sobre la capacidad creadora del mercado porque considera que sin la creación paralela de un espacio social homogéneo a escala comunitaria se producirán desajustes y que éstos provocarán reacciones defensivas, cuando no xenófobas, por parte de quienes estarán condenados por un espacio de tiempo indeterminado a presenciar cómo su inferioridad negativa se incrementa. Alain Mine resume: "Imperará un clima de darwinismo social y económico y, posiblemente, una intensificación de la conflictividad social fragmentada".
Una misma predicción de desarrollo global, dos estrategias, dos políticas. Dos modelos para la construcción económica europea.
Salto cualitativo
2. La congruencia de la opción respecto al mercado interior con el de construcción política comunitaria es clave, si bien muchas veces tácticamente no se explicita. Si la integración comercial y económica no se acompaña de un salto cualitativo en. el plano institucional, serán los grandes coligados de los entes transnacionales los que gobiernen nuestras vidas, en las grandes decisiones y en lo cotidiano. Si no hay una construcción política clara a escala comunitaria, nuestras vidas estarán progresivamente determinadas por los hombres sin rostro de la euroburocracia y les será más fácil a los grandes intereses cubrir el espacio dejado por los Estados que a los trabajadores y a los consumidores organizarse como poder equilibrador.
Thatcher y otros ligan las dos dimensiones en un mismo objetivo, simple zona comercial común, reluctancia ante la creación de unas instituciones europeas con capacidad decisoria. Otros conservadores prefieren otra estrategia: pagar tributo verbal a la integración política de manera abstracta, sin descender a la función reequilibradora frente a los intereses que tiene, o debe tener, la instancia política.
3. La Europa comunitaria no es, como proclamaban hasta hace poco los soviéticos, un subproducto de la política de intervención americana frente al expansionismo soviético. Formularlo así es una simplificación y un cercenamiento del sentido y espíritu del europeísmo. Pero, si es cierto que la transformación del proyecto federalista de los reunidos en el Congreso de La Haya en 1948 es el método de integración acumulativa y funcional, a lo Monnet, coincide con el objetivo de la reconstrucción de una Europa fratricidamente desolada por la división de bloques Europa obtenía la seguridad y encontraba marco para su bienestar en su renuncia a jugar un papel mayor en el mundo. Era obligado, prudente, sabio.
4. Esta construcción daba seguridad a la Europa occidental, pero la alejaba de lo que siempre había sido Europa. Era la única opción posible mientras el mundo estuviera, no ya configurado en bloques, sino dominado por el clima de la guerra fría.
Guerra fría
Kennan, el autor del largo telegrama, base de la política de contención, lo ha declarado: la guerra fría ha terminado. Se abre un nuevo período, no exento de incertidumbres. La emergencia de Centroeuropa como una referencia posible obligará a ajustes. Lo mismo que los procesos de liberalización en el Este, o la multiplicación de los centros de poder económico a escala mundial.
Ante esta situación, cabe encerrarse en el recinto de nuestro propio jardín, dejar a los países europeos hermanos del Este en un limbo, enfrentados sus deseos de liberalización política, pero sin asideros en que asentar su impulso.
La guerra fría segó aquella síntesis de libertad y mayor igualdad que alimentó a los movimientos que lucharon contra los fascismos en los años cuarenta. Pero hoy aparece como posible. De nuevo es probable pensar y hacer política no limitándose a admitir lo existente, sino tratando de configurar el futuro.
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