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Aunque la plaza se vista de seda...

La limpieza de las fachadas contrasta con la mugre oculta en el corazón del Madrid de los Austrias

, Al margen de algún que otro evento histórico, el número 23 de la plaza Mayor pasará a la posteridad como la esquina más meada de toda España. A pocos metros de este lago de orín, en el número 28 se abren las maderas carcomidas de uno de los portales más tétricos de la ciudad. Detrás de alguna de esas buhardillas tan codiciadas se esconde un piso agrietado de poco más de 15 metros cuadrados con retrete compartido en la escalera. El corazón del Madrid de los Austrias se resquebraja. De poco sirve el lavado de cara que comenzó hace un año y que no acaba de convencer a los vecinos.

Rosa por fuera, negra por dentro. La plaza Mayor se pudre bajo ese escaparate de color que cubre ya tres de sus fachadas y parte de la cuarta.Mientras, la ley del orín sigue imperando en soportales, esquinas y puertas.

En las escaleras tenebrosas de la Cava de San Miguel, 5, un reguero humeante marca el camino hacia una de tantas pensiones económicas de la zona. En los bajos de la Casa de la Panadería, más de tres siglos de historia caen estrepitosamente bajo las garras de un hedor mareante.

"No hay manera, chico, se te mean a la altura de la llave para que te pringues al abrir la puerta. Y eso cuando no les da por dormir en la entrada a los portales".

Ángel Manuel García, de 45 años, es uno de esos vecinos que se desviven por su plaza. En sus ratos libres lleva las riendas de la Fundación Villa y Corte, que ha elegido la plaza Mayor como bandera de sus actividades.

Ángel Manuel crispa el rostro cada vez que mira esa esquina ocupada a perpetuidad por mendigos y borrachos. O cuando pasa junto a un hombre con sombrero y gafas oscuras que deambula por allí cortando chocolate como si fuera longaniza. 0 cuando el pavimento amanece acristalado de restos de litronas.

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Los gastados soportales de granito contemplan a diario escenas como éstas. Pero la realidad más cruel se esconde precisamente bajo los tejados que amenazan con derrumbarse el día menos pensado.

En el último piso de la calle de Zaragoza, 7, vive una viejecita que prefiere ocultar su nombre para evitar complicaciones con el casero. La anciana sólo ve la luz a través de un ventanuco sucio y ridículo, y a su edad no está como para bajar los cinco pisos que le separan de tierra firme por una escalera que tiembla a cada paso. Sus únicos paseos son de casa al cuarto de aseo de la escalera. El aseo es un retrete de un metro cuadrado suspendido como por arte de magia en un lúgubre patio interior. La casa es un cubículo oscuro y húmedo que no llega a los 20 metros cuadrados.

"En la edad de piedra"

El piso de Daniel Rodríguez Barrientos, con entrada desde la calle de la Sal, no tiene cuarto de baño completo: "Seguimos como en la edad de piedra, con el lavabo y el barreño". Su dormitorio colecciona grietas y goteras, y si pisa muy fuerte corre el riesgo de provocar una lluvia de cascotes en el piso de abajo. Pero no se puede quejar. "Si lo comparas con otras casas de los alrededores, no está del todo mal". El alquiler mensual es de poco más de 500 pesetas.

Cerca del 80% de los vecinos de la plaza Mayor son inquilinos la mayoría de renta antigua. El cáncer que aqueja a casi todas las viviendas tiene mucho que ver con esta situación: los propietarios no hacen obras porque bastante tienen con los alquileres irrisorios. Y los inquilinos (la mitad supera los 50 años) sobreviven con pensiones exiguas que no dan para mucho.

Pero la moneda tiene otras dos caras: los últimos alquileres (de 60.000 pesetas para arriba) por unos pisos con grietas donde se puede meter la mano y el elevado número de casas vacías (cerca del 20% de los 783 pisos del entorno de la plaza).

"Hay edificios que están mal, muy mal", admite ahora Miguel Palmero, jefe de Rehabilitación de la Empresa Municipal de la Vivienda (EMV). "Los estudios que se hicieron hace cuatro años se han quedado viejos. Los que estamos realizando ahora nos dicen que habrá que gastarse entre 10.000 y 30.000 pesetas por metro cuadrado para restaurar los edificios".

La plaza lleva ya cerca de un año patas arriba por culpa de las obras de maquillaje. Adoquines, andamios, terrazas y tenderetes cercan la estatua ecuestre de Felipe III. Quizá el alma metalizada del rey que vio nacer la plaza, allá por 1617, sobreviva para contemplar su resurección.

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