A desalojar
Tenía que pasar; había muchos policías para tan pocos ladrones. La influencia histórica de los entrenadores sobre el juego es creciente y represiva. Aumentaron su protagonismo hasta la indignación de los héroes más viejos del lugar. Lucho Sosa, posiblemente el defensor más elegante de la época de oro del fútbol argentino, lo explica así de enfadado: "Antes, el técnico era en su equipo menos que cualquier jugador, y ahora es más que los 11. ¡Qué quiere usted con tipos que antes de hacer un cambio le hacen un dibujito al jugador para que sepa cómo tiene que jugar!".Los futbolistas retrocedieron dócilmente para prestarse a la revolución defensiva de los generales del banquillo. El juego se fue poniendo serio, lo útil devaluó a lo bello y el resultado se hizo dictadura.
El 6 de octubre de 1975, Argentino de Las Parejas jugaba un comprometido partido como visitante en Cañada de Gómez. A última hora de la tarde, los coches que traían de vuelta a hinchas y jugadores entraron al pueblo levantando polvo y tocando bocina. En la sede del club, varios curiosos esperaban expectantes el resultado. El primero que abrió las puertas del bar fue Miguel Piccolini, el entrenador. ¿Cómo salimos?", preguntaron los más ansiosos, apenas asomó la cabeza. Piccolini los miró orgulloso, disfrutó unos segundos del suspenso y se decidió: "Ganamos cero a cero".
El reino del 0-0 es Italia, y la máxima expresión destructiva, el célebre catenaccio. La temporada anterior, mientras el Milán deslumbraba los paladares más exigentes ganando el escudetto con una defensa en zona de inteligente funcionamiento y alta calidad técnica, el catenaccio, que no cesa, seguía dejando víctimas. El galés Ian Rush, de vuelta a las islas Británicas tras su experiencia en la Juve, se felicitaba "por haber abandonado la prisión, por poder liberarme del infierno italiano". En junio de 1988, también Elkjaer Larssen se iba del Verona y dejaba su queja: "Después de cuatro años en el fútbol italiano, el puesto de delantero no es un placer, sino una pesadilla".
Camilo José Cela habla en uno de sus Once cuentos de fútbol de un equipo que, llevando hasta sus últimas consecuencias las tácticas defensivas, jugaba con dos porteros: Tiógenes, portero derecho, y Teogonio, portero izquierdo.
En la realidad, no se llegó a tanto, pero terminó existiendo una evidente desproporción que era todo un desafío para la inteligencia de los más atrevidos.
Hay que insistir; muchos policías, pocos ladrones.
Empezaron a vacilar.
En México 86 fueron fueron varios los equipos que mandaron al marcador sobrante a apretar adversarios al centro del campo. La intención no era otra que la de recuperar la posesión de la pelota antes de que llegara a zona de peligro En lugar de esperar la parejita, se la iba a buscar a donde estuviera. Argentina llegó a campeón con esta fórmula, y el campeón dicta modas. En Italia gustó; al fin y al cabo se seguía rindiendo culto a la destrucción, pero con más disimulo: 30 metros más adelante. El Nápoles también fue campeón de esa manera. Bilardo y Bianchi coincidían en el sistema y, Maradona mediante, triunfaban.
La Europa futbolística, excepción hecha de las islas Británicas, empezó a jugar con esta idea. Terminada la Eurocopa, Bilardo fue claro: "Todos juegan como Argentina". Mejor, todos varían para llegar al mismo sitio: el centro del campo. Ahora como nunca "el fin justifica los mediocampistas". Tras el desalojo, el medio del campo es zona de hacinamiento, punto de encuentro de muchas camisetas, lugar de fricción en donde cada vez hay menos espacios libres, menos tiempos muertos. En Italia 90 van a saltar chispas en el centro del campo. En España se marca de muchas formas, pero también hay aires de mudanza. Mandan las circunstancias (jugadores), pero también la personalidad de los entrenadores.
Cantatore y Toshack insisten con dos marcadores centrales, un libre y dos laterales con permiso para hacer las maletas y marcharse para adelante.
Las maletas de los laterales de la Real Sociedad llevan menos cosas porque sus viajes, normalmente, sólo suelen llegar hasta la mitad del campo. Los extremos largos del Valladolid van hasta el final del camino; son aventureros con ansias de gol. Un mismo punto de arranque para dos actitudes distintas.
El Barga de Johann Cruyff cierra los laterales. Los estrecha para que marquen, reconvierte un central en centrocampista y el hombre que gana con esta original distribución lo agrega en ataque.
"¿No es mucho riesgo, Johann?". "A mí me gusta así".
Todavía hay quien se da los gustos.
También el Madrid suele mandar a sus laterales sobre los delanteros contrarios, pero lo que gana con ese movimiento lo gasta pocos metros más adelante, poniéndole un guardaespaldas de lujo (Sanchis) a Schuster.
" ¿No le da pena, Leo?". "¡Qué le vamos a hacer!".
No todos se pueden dar los gustos.Conviene ir acostumbrando la retina. El fútbol avanza, se traslada al centro del campo, todos parecen estar de acuerdo. Maricón el último.
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