_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

IRPF

Muchos españoles andan estos días un sí es no es desorientados y confusos. El afamado y complejo proyecto de decreto-ley sobre el Impuesto del Rendimiento de las Personas Físicas (IRPF) les ha dejado turulatos. En EE UU ya estarían camino del psiquiatra.El que más y el que menos tiene a su señora cuidando del hogar y de los chicos, dedicada a sus labores, porque ella así lo quiere, al tiempo que aligera el mercado laboral, o porque no le queda otro remedio tras muchos años de buscar infructuosamente otro trabajo. Según parece, sus labores son tan poca cosa que hay que hacerlas gratis.

Al menos eso piensan los que afirman algo tan escasamente inteligible como que la renta del marido es sólo imputable a "quien ha generado el derecho a la percepción de los rendimientos del trabajo". Pero ellos saben de sobra -con exacta intuición- lo que implica el régimen de gananciales sin necesidad de que ningún leguleyo venga a confundirles.

Para este viaje no se necesitaban alforjas. El Tribunal Constitucional podía haberse ahorrado tanta verborrea con los fundamentos sexto y séptimo de la sentencia del mes de febrero. Para el caso que le hacen...

No les ha bastado con sentirse expoliados, timados, afanados, robados tras una sentencia salomónica que se negaba a sí misma efectos retroactivos sin ningún fundamento. Ahora tienen que aguantar la burla, el pitorreo, la candonga y la coña marinera del proyecto de marras. (Y, para colmo, no cesan los rumores de amnistía fiscal para el dinero negro).

O mucho me equivoco, o todas estas cosas van a acabar, crispando a un colectivo dócil, acostumbrado a dejarse ordeñar sin rechistar por la clase política, que no duda en gastar alegre y vorazmente el dinero que ellos, y a partes iguales sus señoras, ganan con el sudor de cada día. Alguno termina hartándose e invita seriamente a la desobediencia fiscal a esa gran mayoría silenciosa de gentes de buena voluntad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_