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Líbano y la ceguera de Occidente

La actitud de las naciones de Occidente en lo que se refiere al drama libanés lleva a pensar en la conocida expresión: "Peor que un crimen: una omisión". Al dejar que los ejércitos instalados en Beirut masacren a la población civil atrapada entre obuses y misiles, la Comunidad Europea y Estados Unidos dieron un tremendo ejemplo de cobardía. Pero hay algo peor que la cobardía: la ceguera.Ceguera, primero, en cuanto a las maniobras del general Aoun. Este excelente militar es un mal político: allí lo saben todos desde hace mucho tiempo. Pero su principal error es, precisamente, militar. No se emprende una guerra cuando no se tiene posibilidad alguna de ganarla. Los conflictos no deben ser iniciados cuando no se es el más fuerte. Incluso aliado a las milicias que lo detestan, el Ejército libanés no tiene los medios para hacer ceder al Ejército sirio. ¿Cómo pudo olvidarlo ese oficialillo simpático y valiente? Decididamente, Napoleón tenía razón cuando pensaba que la guerra es algo demasiado serio para dejar las decisiones en manos de los militares.

Ceguera, después, en cuanto a los sufrimientos infligidos a los libaneses. La Prensa europea describió muy bien el infierno del sector cristiano machacado a cañonazos por las tropas del general Asad. Pero minimizó el infierno del sector musulmán machacado a cañonazos por las tropas del general Aoun. Sin llegar a una contabilidad macabra, debe revelarse, sin embargo, que el día del desencadenamiento de las hostilidades por el bando cristiano, éste tuvo cuatro muertos, contra 32 del bando musulmán. Esto no excusa la fría crueldad del presidente sirio, cuya capacidad de piedad no está a la altura de su inteligencia política. Pero explica el rencor del primer ministro musulmán, Selim Hoss, con respecto a su rival y su inicial desconfianza hacia la ayuda humanitaria francesa.

Ceguera incluso en cuanto a la realidad de las ocupaciones extranjeras en Líbano. La de Siria ha sido fuertemente subrayada, a título justo, pues es la más importante. Pero no habría que olvidar que los soldados del general Asad fueron llamadospor los cristianos de Líbano. Y sobre todo no habría que enmascarar la ocupación de una parte del sur de Líbano por Israel con la ayuda de una tropa de mercenarios parecidos a los del general VIassov en la URSS invadida por Hitler. Sin hablar de algunos miles de shiíes iraníes enviados por Jomeini y de los refugiados palestinos, cruelmente divididos entre la OLP y Damasco.

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Ceguera, en fin, en cuanto a la extraña colusión entre Siria e Israel. Se habrá observado la discreción del general Asad en cuanto al Golán sirio ocupado por el Ejército israelí y la de Shamir respecto a los bombardeos de Beirut. Hay malpensados que tienen la impresión de que las dos potencias militares de la región poco a poco ratifican un compromiso de hecho: el Estado árabe tendría las manos libres para resarcirse para sí en Líbano territorios que le ha quitado el Estado israelí. Una segunda colusión es más evidente: la hostilidad de Damasco y Tel Aviv contra Yasir Arafat.

¿Harán palestinos y libaneses el esfuerzo de un acuerdo secreto entre los partidarios de la gran Siria y los del gran Israel? Ése es probablemente el sueño de unos y otros. Ninguna democracia de Occidente puede suscribirse a él. Así se explica la decisión tomada por François Mitterrand de recibir a Yasir Arafat el 2 de mayo. Los sirios no van a evacuar Líbano en tanto que los israelíes no hagan lo mismo.

El Estado libanés, multiconfesional, y el Estado palestino, respetuoso de su vecino judío, tienen, uno y otro, derecho a vivir. Pero la resurrección del primero y el nacimiento del segundo exigen un acuerdo internacional que las transformaciones de la URS S hacen posible. Sólo ella puede ejercer una presión suficiente sobre su aliado de Damasco. Sólo Occidente puede hacer lo mismo sobre su aliado de Tel Aviv, a condición de no seguir encegueciéndose.

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