_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apestados

Hace siglos todo era más fácil. Se cogía a los leprosos y se les colgaba un cascabel para que la gente se apartara. Eso era cuando España creía vivir en un permanente siglo de oro y aún no había conseguido salir de su propia selva. En este país existe una tendencia histórica a echar el polvo bajo las alfombras y algún día alguien tendrá que descubrir el eslabón perdido entre los españoles y los avestruces, ese extraño animal de plumas hinchadas y pechuga adusta que cuando pasa algo no duda en sumergir su cabeza en la nada de la tierra. Con el tiempo la política del cascabel se ha demostrado insuficiente. Ahora de lo que se trata es de construir un establecimiento psiquiátrico, abrir un ambulatorio para el tratamiento contra el SIDA o habilitar una granja para la recuperación de toxicómanos. Pero en la inmensa mayoría de los casos los vecinos de esos posibles establecimientos se dan a la pancarta y al manifiesto y estampan firmas contra los apestados con el mismo miedo con que hace siglos les lanzaban piedras. Las grandes contradicciones del género no se producen en los grandes foros internacionales sino en esas microsociedades de algún barrio o de pequeñas colectividades rurales, donde la generosidad y el progreso de la especie choca contra un pasado de insolidaridad y ombliguismo.

Esos cuerpos habitados por la muerte, esas voluntades frágiles que intentan desmontarse del caballo, son las nuevas almas en pena de nuestra civilización de pisochalé adosado. Su destino pende de esas paranoias asilvestradas que nunca les tolerarán en su reducto aséptico. Tal vez será que siempre necesitaremos apestados lejanos para que enaltezcan nuestra afortunada condición de sanos apologetas del triunfo. En esos rechazos colectivos a la integración del raro se intuye un nuevo mundo de burbujas, una constelación de taifas con cerrojo donde se glorifica al individuo y se desprecia al hombre. Continuamos poniendo cascabeles y lloramos sus muertes a condición -¡faltaría más!- que no se nos mueran encima.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_