Sufrimiento
En realidad, España no sólo no es diferente, sino que forma parte de la gran mayoría de países cuyo destino no es otro que el sufrimiento. Se sufre cada vez que las estadísticas se aprestan a facilitar el último IPC; cuando se acerca la declaración de la renta; cuando se contempla crecer a los hijos con todo el paro por delante; cuando la máquina tragaperras nos ofrece toda la variedad de la huerta en lugar de los tres limones míticos; cuando el coche hace un tipo de ruidos que desembocará inevitablemente en el taller, y, sobre todo, cuando juega la selección española.Nos hemos educado -me refiero a la generación que hace tiempo alcanzó el poder, en cualquiera de sus facetas, y naturalmente a los que en su defecto alcanzamos el escepticismo- con los cromos de Nestlé, las historias de Diego Valor, los anuncios ele sujetadores de Elle o ParisMatch y, sobre todo, con los agobios de la selección para clasificarse en cualquiera de los eventos que exigían la mencionada clasificación. De todo aquello ya sólo quedan los agobios.
Luis Suárez o Serna, Butragueño, Manolo o cualquiera de ellos son conscientes de que la única referencia generacional que nos une con quienes pasaron su adolescencia sin necesidad de tomar regaliz para quitar el sabor del tabaco son los cálculos de goles a favor y en contra. Pues bien, casi nos llevan -de no haber metido Michel su gol en Dublín- al desagradable momento de creerse algo, de intuir que tras las frustraciones puede llegar el espiendor, potenciando en todos nosotros una pequeña esperanza sobre alguno de los múltiples maleficios que pesan sobre los españoles de cualquiera de las Españas. En este punto, la alegría desbordaría lo previsible y los gestos externos probablemente volverían a hacernos simpáticos ante los extranjeros, lo que a su vez generaría la imagen de que somos diferentes. Una cinta de Moebius en un mar de mediocridades y problemas cotidianos. Menos mal que después llegará el Mundial de Italia y podremos volver a sufrir, a recuperar nuestra esencia.
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