El abismo
Diario EL PAÍS, un viernes, 7 de abril. En portada aparece una fotografía que ilustra una noticia: huelga del personal de limpieza en La Paz. La basura se acumula en los pasillos. Montones informes, que se adivinan inmundos. Al lado, una mujer amamantando a su hijo. Su expresión es ausente, vacía, la mirada perdida en no se sabe qué nebulosa. Parece estar hablando de forma mecánica, intuimos su monótona cantilena. Morena, lleva el cabello recogido con descuido en la nuca. Sus largos pendientes y el mandilón de cuadros nos dicen que tal vez es gitana.Unas cuantas páginas más allá, en contraportada, hay otra fotografía. Isabel Preysler y su marido acuden a un concierto. Una gruesa mano, invitadora y solícita, les indica el camino. A sus pies se extiende una alfombra pomposa. Ella avanza, contenida, sonriente, grácil. También es morena y lleva el pelo recogido hacia atrás en un exquisito peinado. Grandes pendientes adornan sus orejas. El hijo lo lleva en las entrañas.
Dos mujeres de aquí y de ahora. En medio, un abismo. Es un contraste burdo, fácil. Las reflexiones maniqueas, demagógicas, oportunistas, simplificadas quedan al arbitrio de cada cual. Lo que cuenta es preguntarse la razón de todo esto, tan próximo. Habrá quien diga que las cosas son como son y no hay quien las cambie, pero ¿qué hacer cuando las cosas son como eran? Una vieja canción, muy popular en los círculos progresistas de los años sesenta y setenta, preguntaba: ¿cuántas veces puede un hombre volver su cabeza y pretender decir que simplemente no vio nada? La respuesta flota en el viento. Sólo nos queda ver en qué dirección sopla-
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