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Genocidio

El mundo vuelve a sangrar por la herida abierta de Líbano. Una comunidad asentada allí desde hace más de un millar de años está sufriendo lo que bien podría terminar siendo un genocidio comparable al de los armenios en 1915. Los abanderados del derecho a la diferencia, los defensores de las minorías religiosas, raciales, culturales o sexuales tienen que intentar romper el silencio cómplice de una opinión pública internacional hastiada por casi tres lustros de horroresBeirut ha conocido dos intentos de aplicar la Solución Final a una de sus comunidades por parte de una potencia militar vecina. El primero fue en el verano de 1982, cuando Israel asedió a sangre y fuego la mitad musulmana de la ciudad con el propósito de borrar de la faz de la tierra a la resistencia palestina. El segundo, el de ahora, tigne como víctima al pueblo cristiano libanés, al que Siria intenta a cañonazos poner de rodillas.

Un análisis maniqueo y simplón atribuye tradicionalmente al campo musulmán libanés la cualídad de progresista y al cristiano la de conservador. Se trata de una barbaridad en una parte del mundo donde nada es blanco o negro, bueno o malo, de derechas o de izquierdas. En Oriente Próximo, y en particular en Líbano, refugió histórico de minorías perseguidas, los distintos grupos humanos luchan pura y simplemente por seguir ocupando un lugar bajo el sol.

Son los cristianos los que verdaderamente necesitan la existencia de Líbano en tanto que Estado independiente, pluriconfesional, de economía de mercado y amplias libertades. Sin Líbano, se anegarían en el océano musulmán de Oriente Próximo, obligados a aceptar, como los coptos egipcios, el estatuto de dhimmis o ciudadanos de segunda que el islam atribuye a los pueblos del Libro.

A estas alturas de la partida, cuando los obuses sirios siembran la muerte en un lado de Be¡rut como en 1982 lo hicieron los israelíes en el otro, uno debe proclamarse cristiano libanés por la misma razón que siete años atrás se proclamó palestino.

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