El islam pide paso en la Turquía laica
Tensiones internas en un país musulmán que apuesta por Occidente
La llamada a consultas, por parte del Gobierno turco, de su embajador en Irán y la adopción de la misma medida por el régimen del ayatolá Jomeini marcan, hasta el momento, el punto de más alto voltaje en las relaciones entre Ankara y Teherán, gravemente resentidas por la reciente guerra del velo. Aunque dirigentes políticos y militares han intentado quitar importancia al asunto, en las últimas semanas se ha hablado abiertamente de amenaza integrista al Estado republicano laico fundado por Mustafá Keinal, Atatürk, e incluso, una vez más, ha habido rumor de sables.
El Ejército, guardián y garante de las esencias del régimen, ha mostrado su nerviosismo, lo suficiente para recordar que, llegado el caso, no dudaría en tomar las riendas del poder. Tres golpes de Estado en los últimos 30 años demuestran sobradamente que no hay que minusvalorar el riesgo de que llegue el cuarto.De cada 100 turcos, 99 son musulmanes. Pese a ello, la definición de la República que Atatark edificó, a partir de 1919, de las cenizas del imperio otomano es el laicismo. El padre de la Turquía moderna hizo tabla rasa de siglos de tradición islámica, separó al islam del Estado y lanzó una revolución cultural en la que apostó por los valores occidentales que consideraba símbolo de progreso. Su triología: racionalismo-radicalismo-modernismo. "El político que necesita el socorro de la religión para gobernar", afirmaba, "no es más que un traidor". En su libro Cuarenta millones de turcos, Claude Renglet asegura que Atatürk consideraba al islam como "teología absurda de un beduino inmoral" y "cadáver putrefacto que envenena nuestras vidas". Salman Rushdie no se atrevió a tanto.
Los principios de Atatürk se aplicaron con rigor hasta 1946, primero bajo él mismo (que murió en 1938) y luego bajo su lugarteniente y amigo, Ismet Inonu. Con el pluripartidismo, la tolerancia se fue extendiendo, algunas formaciones coquetearon con los dirigentes religiosos en busca de influencia y votos, e incluso se crearon partidos islámicos. Pero en ningún momento se cuestionó la identidad laica de un Estado cuya referencia de progreso no estaba en los vecinos países musulmanes, sino en Europa occidental.
Antes del golpe del 12 de septiembre de 1980, una formación islámica, el Partido de Salvación Nacional (PSN), de Necmettin Erbakan, Regó a tener un peso considerable. Sus diputados resultaron vitales, a veces, para obtener mayorías parlamentarias. Los generales disolvieron el PSN y proscribieron a su líder, junto a los dirigentes de los otros partidos, a los que consideraban responsables del caos y el desgobierno que propiciaron un terrorismo que se cobraba 20 vidas al día.
Un error de los militares
El general Kenan Evren, cabeza del golpe y presidente de la República (aún lo es), es un ataturquista convencido. "No existe ningún país", dijo, "que haya llegado a un grado contemporáneo de civilización sin ser laico". En otra ocasión afirmó que el integrismo islámico es tan peligroso como el comunismo. La Constitución que los militares hicieron votar en 1982 establecía que como es requerido por el principio de secularismo, no habrá interferencia de ningún tipo de los sagrados sentimientos religiosos en los asuntos del Estado y la política".
Se dice que Evren es masón y nadie duda de sus profundas convicciones laicistas, aunque haya peregrinado a La Meca, pero, tras el golpe, los militares tuvieron que decidir a qué peligro temían más, si al islámico o al comunista, y llegaron a la conclusión de que al último. Inmediatamente, cometieron un error del que hoy, cuando ya es irreversible, están arrepentidos: favorecer un cierto renacimiento islámico. La educación religiosa obligatoria fue implantada en las escuelas de enseñanza primaria y media, se aumentó espectacularmente el número de centros de formación de religiosos, se establecieron elevadas penas de prisión para los profanadores de sepulturas o lugares santos, así como para quienes insultaran al islam. El propio Atatürk habría podido caer bajo el peso de estas nuevas leyes.
Un profesor de la facultad de Ciencias Políticas de la universidad de Ankara, Cemal Mihcioglu, ha elaborado un estudio, con datos recogidos en 1987 y 1988, que muestra la profundidad de la penetración islámica en el sistema educativo. En 1974, por ejemplo, había 40 escuelas de formación religiosa; en 1988, 384. En este período de tiempo, el número de alumnos pasó de 44.000 a 290.000. Cada año se gradúan unos 60.000. En 1987, un total de 3 1.000 se examinaron para entrar en los diversos centros universitarios. El 40% de los alumnos que se matricularon el pasado curso en la facultad en la que da clase Mihcioglu procedían de estos centros. En 1985, los alumnos de escuelas religiosas suponían ya el 14% del total de matriculados en los liceos turcos.
Los graduados de estos centros de formación imparten las clases de religión en escuelas primarias y secundarias. Intentan impregnar el conjunto de la enseñanza de un sentido del islam incompatible con los principios laicos republicanos. Pero su influencia llega mucho más allá. Según un informe del Departamento de Asuntos Religiosos, del total de titulados entre 1957 y 1983 tan sólo un 29% trabajan en cometidos específicamente religiosos. Muchos se han insertado en el mundo de los negocios, de la política e incluso de los cuarteles.
Evren denunció en 1987 la expulsión de 100 cadetes que, supuestamente, actuaban como punta de lanza de un intento de penetración integrista en el Ejército. "En 10 o 15 años", aseguré, "habrían tomado el control de algunas unidades, organizado una sublevación y transformado el sistema político". Según el jefe de Estado, otros 600 cadetes fueron sometidos a un lavado de cerebro por dirigentes de las tarikats, cofradías islámicas ilegales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.