La dimensión social del mercado interno
Los que dicen "No se puede crear un mercado interno sin dimensión social" tienen razón.Todo lo hecho por la gente, para la gente, tiene su dimensión social.
Pero deberíamos completar la frase añadiendo: "No se puede desarrollar la dimensión social europea sin primeramente crear el mercado interno".
Durante tres décadas, la Comunidad Europea descuidó la creación de ese mercado. El resultado ha sido un crecimiento económico muy bajo y 16 millones de parados. Esto, quizá, representa el verdadero coste de la no-Europa.
Por esa razón hay que darle prioridad absoluta al programa del Libro Blanco y asegurar su realización completa dentro del plazo, desde ahora al 31 de diciembre de 1992.
La creación del mercado interno nos obligará a desembarazarnos de la oposición al cambio, del tradicionalismo, de las rigideces que nos hacen perder posición en los mercados mundiales y frenan nuestro desarrollo económico. Ésta es la única manera de crear empleos y riqueza.
Desgraciadamente, a medio camino hacia 1992, se nota que los hombres políticos, los funcionarios y aun los periodistas, estimulados por los sindicatos, se interesan cada día más en lo que se ha llamado la dimensión social del mercado interno. Claro, los hombres políticos, con un ojo puesto en la fecha de las próximas elecciones, tienden a pensar a corto plazo. De ahí la gran tentación de nadar únicamente en las aguas templadas y tranquilas de la política social, en vez de echarse en las frías y agitadas aguas de la eliminación de barreras físicas, técnicas y fiscales. Hablar de eliminación de barreras, de la liberalización de mercados hasta hoy protegidos o de la normalización técnica no le hace ganar muchos votos al hombre político. Hacer promesas en el campo social sí atrae votos.
Hay verdadero peligro de que no logremos el objetivo 1992 por habernos perdido en la dimensión social.
Existe ya en toda Europa una cultura socioeconómica mejor desarrollada que en ninguna otra parte del mundo. Cada Estado miembro de la comunidad tiene su legislación laboral, sus convenios colectivos y su respeto de los derechos fundamentales del hombre. La gran mayoría de los Estados miembros ha ratificado la Carta Social Europea, firmada hace ya 26 años en Estrasburgo, y los convenios de la OIT. Todo ese gran conjunto representa ya una dimensión social europea mejor y más avanzada que los modelos sociales americanos, japoneses u otros.
Mientras hablamos de esa dimensión social, son precisamente los americanos y los japoneses -sin hablar de los coreanos, de los taiwaneses y otros- quienes nos están desplazando en los mercados mundiales, sobre todo en los sectores de alta tecnología y de crecimiento rápido.
Pero todo esto no quiere decir que no hay nada que hacer en el campo social a nivel europeo.
Aplicando el principio de la subsidiariedad -es decir, no hacer a nivel europeo lo que se puede hacer mejor a otro nivel: nacional, sectorial, regional o de la empresa- se pueden destacar cinco temas principales en los que una intervención por parte de la Comunidad Europea parece justificada:
1. La seguridad y la higiene en el lugar de trabajo. En un mercado sin fronteras no debemos competir sobre la higiene y la seguridad. Hay que armonizar las normas para, por ejemplo, asegurarnos que si el trabajador alemán está protegido del contacto con un producto peligroso para su salud todos los demás trabajadores europeos también lo estén. Sería competencia desleal rivalizar sobre las condiciones de higiene y seguridad de los trabajadores.
2. La movilidad de los trabajadores. En este caso se trata de un problema verdaderamente transnacional que no puede ser resuelto a nivel nacional. Por ello, la intervención de la comisión es obligatoria para asegurar el libre movimiento de todos los trabajadores y profesionales a través de todo el mercado interno.
3. La educación y la formación. Para crear un verdadero mercado interno habrá que dar un carácter mucho más europeo a nuestros sistemas de educación y formación. La comisión puede jugar un papel importante en este tema.
4. La igualdad de oportunidades. Como ya dijimos en relación a la seguridad, sería competencia desleal rivalizar entre países europeos sobre la igualdad de oportunidades, por ejemplo, entre hombres y mujeres o entre la población en general y las minorías que la componen. Por eso hace falta una armonización en esta materia.
5. La cohesión económica y social. La inversión de los fondos estructurales en forma de programas integrados necesita la intervención de las autoridades comunitarias, como también de los interlocutores sociales. Sin esto se corre el riesgo de que no se respete el principio de la adicionalidad, según el cual estos fondos deben crear algo nuevo, algo adicional, y no servir simplemente para subvencionar los presupuestos corrientes del Estado.
En estos cinco temas la Comisión de las Comunidades Europeas tiene mucho que hacer. Todos los temas mencionados interesan directamente al individuo, ya sea trabajador o ciudadano. Interesan menos a los sindicatos, más centrados en actividades englobadas bajo el título de democracia económica y social; por ejemplo, la Directiva Vredeling o el Estatuto de Sociedad Europea, temas de menor interés para el individuo.
Durante la creación del mercado interno (y durante muchos años después) hará falta mantener un diálogo social a nivel europeo para dar a los interlocutores sociales la posibilidad de examinar juntos los problemas sociales en su contexto económico. Pero hay que comprender cuáles son las posibilidades y cuáles las limitaciones de ese diálogo. Por ejemplo, el diálogo no es negociación. No es preparación de nuevas leyes o directivas. Es un proceso continuo que busca el equilibrio en tres materias muy importantes y delicadas:
1. El equilibrio entre las aspiraciones sociales de los trabajadores y el constreñimiento económico de las empresas.
2. El equilibrio entre la centralización y la descentralización; es decir, qué hay que hacer a nivel europeo y qué se debe dejar bajo responsabilidad nacional.
3. El equilibrio entre el poder y los derechos de los empresarios y el poder y los derechos de los trabajadores.
Los dictámenes comunes que emanan del diálogo social mandan señales importantes en dirección a las empresas, los sindicatos y los Gobiernos sobre esas cuestiones. Pero estos dictámenes no deben servir para preparar nuevas directivas sin el acuerdo de ambas partes.
El diálogo social tiene gran valor porque no crea perdedores ni ganadores. Crea sólo ganadores y, así, crea la confianza y cambia las actitudes. De este modo contribuye a la integración y la unión europeas.
Tampoco vale la pena pensar que el diálogo social, en su forma actual, puede desembocar en convenios colectivos europeos. Ni la Confederación Europea de Sindicatos (CES) ni la Unión de Confederaciones Empresariales (UNICE) tienen mandato para negociar tales convenios y, aunque lo tuviesen, no tendrían la posibilidad de imponer a sus miembros la obligación de respetar sus cláusulas.
En conclusión: sin mercado interno no puede haber progreso social. Por eso debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en la realización, antes del 31 de diciembre de 1992, de los objetivos del Libro Blanco de lord Cockfield. Debemos resistir la tentación de poner en primer lugar a la dimensión social, que ya existe. La actuación de la Comunidad Europea en materia social debe respetar el principio de la subsidiariedad y no tratar de armonizar todo, excepto lo que pudiera constituir una competencia desleal; por ejemplo, higiene y seguridad en el trabajo. El diálogo social debe servir para buscar el equilibrio entre las partes y promover la integración europea.
Zygwunt Tyszkiewlcz es secretario general de la UNICE, organización empresarial europea.
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