Paraíso imposible
Los kuwaities empiezan a pedir la modernización del Estado
"Si tuviera un millón de dólares me iría de Kuwait". Quien así habla no es ni un iluso soñador ni un trabajador asiático de los muchos que en este país apenas cobran 30 dinares al mes (unas 14.500 pesetas), sino un kuwaití de pleno derecho a quien los escasos 18.000 kilómetros cuadrados del emirato empiezan a quedársele pequeños. Universitario, con un trabajo y alto nivel de vida, este joven interlocutor, como otros muchachos de su generación, ha viajado y conocido mentalidades diferentes. De vuelta, se resiste a enfundarse la disdasha (túnica) y reproducir un modelo de sociedad ancestral cuyos pilares ni siquiera el boom del petróleo ha logrado modificar.
No se trata de anunciar una revolución social que de momento parece improbable. El alto nivel de vida alcanzado gracias a los beneficios del petróleo acalla cualquier ejercicio contestatario. Seguridad social al más alto nivel, educación en todas sus etapas -incluida especialización en el extranjero- y garantía de pleno empleo se encuentran entre las prestaciones más llamativas del Estado de bienestar (welfare State) puesto en marcha por las autoridades kuwaitíes.Si a esto se añade que no se pagan impuestos ni intereses por los créditos para la obtención de vivienda, que el agua y la electricidad están subvencionadas en un 90%, que las llamadas telefónicas nacionales son gratuitas y ,que la gasolina tiene un precio irrisorio, difícilmente se comprenderán los motivos de queja de los ciudadanos del emirato. Kuwait no es el paraíso, pero tal vez los kuwaitíes estén más cerca de él. Y ésto gracias a un ejército de inmigrantes procedentes de unos 130 países diferentes y que ejercen los trabajos menos atractivos y peor pagados.La 'otra' sociedadMás de un millón de personas constituyen esa otra sociedad paralela que, sobra decirlo, no goza de los mismos privilegios. No son kuwaitíes, por muchos años que hayan vivido y trabajado en el emirato, y ni siquiera sus hijos tienen derecho a la nacionalidad. Si de este grupo se exceptúa un puñado de personas de origen árabe, la mayoría constituye mano de obra barata para las tareas de limpieza, construcción y mantenimiento del país, una especie de seres gamma de la ficción futurista de Aldous Huxley. Pero ésa es otra sociedad de la que ni siquiera los kuwaitíes más liberales y críticos con el sistema establecido se preocupan. Las conversaciones políticas a media voz, las confidencias y los chascarrillos de las diwanias -reuniones masculinas a medio camino entre las hermandades y los grupos políticos de presión- giran estos días en torno a la conveniencia de que se reabra el Parlamento y la consiguiente apuesta por la democracia que ello implica.Un verdadero tabú, que llevaba el pasado 12 de febrero a la censura del editorial del diario Al Rai al Aam, cuyo espacio apareció inusitadamente en blanco. Circula incluso entre los medios más progresistas una petición al emir, jeque Yaber al Ahmed al Yaber al Sabah, para que reinstaure la Asamblea.
Contrariamente a lo que ha sido habitual en la zona, Kuwait llegó a ostentar una alta cota de libertad desde los primeros años de su andadura como Estado independiente, en 1961. La tradición de las diwanias constituía una base formal para el desarrollo de la democracia. La revolución iraní y el inicio de la guerra del Golfo hicieron temer un posible contagio entre la numerosa población shií del emirato, en gran parte originarios de la antigua Persia.
En los niveles oficiales se habla de la gran familia kuwaití, sin hacer distinción entre suníes y shiíes. Éstos constituyen el 40% de la población kuwaití, por lo que su eventual radicalización, a imagen del modelo iraní, hubiera constituido una amenaza para la estabilidad de la pequeña nación, sin demasiado peso político. Las autoridades kuwaitíes, que, aunque celosas de su tradición, temen más a los fanáticos que a la corriente modernizadora traída al país por el caudal de dinero fácil, ya han hecho numerosas concesiones.
La mujer continúa sin tener derecho al voto, a pesar de que su grado de participación en la vida social y económica es uno de los más elevados de la región. "Se trata de una gran responsabilidad, y mientras no se incremente el nivel educativo de las mujeres kuwaitíes, corremos el riesgo de que en su mayoría se limiten a repetir el voto decidido por padres o maridos", asegura la joven relaciones públicas de la Bolsa de Kuwait, Wafa al Rachid. A nivel ministerial, tanto el titular de interior como el de planificación se muestran favorables a dar ese paso, e incluso consideran que se producirá en un futuro no muy lejano.
"Denos un poco de tiempo, aún somos un país muy joven", aseguran en vísperas del 28 aniversario de la independencia. Los integristas han conseguido también la segregación en la universidad, pese al incremento de precios que supone la duplicidad de aulas y profesores. En la cafetería, todo ha sido más fácil: sólo ha habido que poner un biombo.
Salam pertenece a ese grupo de kuwaitíes liberales que, aunque tan orgullosos de su país como los que más, se muestran críticos a la hora de juzgar el camino elegido. En su época universitaria, Salam se enamoró de una compañera de facultad, Hala, con la que compartía ideas e ilusiones, siempre a una distancia prudencial y con encuentros limitados al campus y al teléfono.
Concluida su carrera, le planteó casarse. "Vete a hablar con mi padre", fue la respuesta, que desarmó por completo al joven. "Comprendí entonces que nada había cambiado realmente en nuestra sociedad. El sistema de que otros decidan por ti sigue funcionando en todos los niveles", confiesa con un gesto de decepción.
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