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El toreo bien hecho

El toreo, nada menos, se vio ayer en Valdemorillo. No el sucedáneo que pasa por toreo cada tarde en ferias de postín, sino el verdadero y bien hecho; el toreo dejándose ver, cediendo generoso espacio para que la embestida venga completa y - fluida, parar-templar-mandar, y por el mismo precio, unos chorritos de esencia también, con el aroma de la torería propia de cada diestro, interpretada según su personal estilo e inspiración.El toreo bien hecho fue aquella tanda de redondos de Pascual Mezquita al cuarto de la tarde y las verónicas con que saludó al que abría plaza; aquella serie de Jorge Manrique, también con la derecha, al quinto, dando el medio-pecho -como gustaba decir a la afición antigua-, corriendo la mano con un ritmo que en Sevilla describirían mesío, aquel empaque, en fin, de José Luis Bote, que se presentó a las puertas de Madrid con una madurez técnica, un sentimiento artístico y un corte de torero caro que causaron estupor.

AIbayda / Mezquita, Manrique, Bote

Toros del marqués de Albayda, bien presentados aunque sospechosos de afeitado, en conjunto manejables.Pascual Mezquita: estocada corta trasera y rueda de peones (ovación y, salida al tercio); pinchazo y estocada corta trasera (oreja). Jorge Manrique: estocada delantera (vuelta); pinchazo y estocada (oreja). José Luis Bote: pinchazo y estocada (vuelta); estocada trasera (dos orejas). Salió a hombros. Plaza de Valdemorillo, 11 de febrero. Quinta corrida de feria.

El toreo de ayer y el pegapasismo habitual parecían dos oficios distintos. Lo son, seguramente. Pases aliviados mediante uso indiscriminado del pico, pierna contraria escondida atrás, contorsión corporal, brazo estirado hasta descoyuntarlo, remate lejano, perneo frenético para buscar nuevo terreno donde iniciar el siguiente, nada tienen que ver con el toreo, el que hizo José Luis Bote, sin ir más lejos, sobre la quietud total, desde la más absoluta naturalidad.

Prendido en los vuelos

Nunca necesitó contorsionar el cuerpo José Luis Bote para que el pase saliera largo. Enmendándose sólo en lo inevitable, cuando el derrote apuntaba al bulto -uno le llegó a derribar- , bien asentadas las zapatillas en la arena, relajado, se traía al toro de delante y ya lo llevaba prendido en los vuelos suaves de la muletilla baja hasta el punto debido del remate, que era aquel desde donde había de partir el siguiente pase, sin necesidad de enmendar terrenos ni nada.

A un toro que se paraba incierto en el centro de la suerte y a otro nobletón, los toreó con igual valor, dominio y gusto. Primero, ligándoles los pases fundamentales y cerrando las tandas en el de pecho clásico; luego, sometiéndolos mediante un alarde de pases de la firma, kikirikíes, ayudados a dos manos, trincherazos, molinetes y adornos. El caracoleo del enemigo (ya menos enemigo, entonces) en codiciosa persecución de la muleta, que le obligaba a ir arriba y abajo, acá y allá, era la rúbica del toreo bien hecho, que debe concluir cuando la creación artística ya está lograda, sometido el toro y no cabe más rito que el estoconazo final. Así ocurrió.

Todo empezó con las verónicas embraguetadas de Pascual Mezquita, ganándole terreno al desconcertante primer toro, que tomaba un muletazo bien, al siguiente se paraba porque le daba la gana, y en uno de esos revolcó y pisoteó al torero, dejándole maltrecho. Pero no fuera de combate, porque Mezquita recobró resuello y ánimo enseguida. Como si rasguñones sanguilonentos y magulladuras fueran caricias, le hizo al cuarto una faena enjundiosa y cuajó la tanda de redondos más emotiva de la tarde, que provocó un verdadero alboroto en el tendido.

Jorge Manrique echó la pata´lante, corrió la mano, ligó los pases a despecho de derrotes y otros sufrimientos, y a la hora de la verdad, empuñando la espada con la zurda, marcó limpiamente los tiempos del volapié para cobrar por el hoyo de las agujas estoconazos fulminantes, lo que también es toreo, en su suerte suprema.

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