_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Duque

Ahora pienso que siempre le tuvimos ahí, en el claroscuro de una monarquía de tapadillo, asomando su cabeza en la segunda fila para que el fotógrafo cortesano le pillara en su eterna posición de Poulidor. De hecho, siempre le considerarnos materia sucedánea. No alcanzó a ser el protagonista de ningún chiste, pero tampoco el símbolo de ninguna libertad en almoneda. Algunos pocos, los más aventurados del antifranquismo, sofocaban sus neurosis imaginándole inquieto y fratricida en la recámara del general. Pero al cabo sólo fue una boda con la nieta. Y después una embajada allá en el frío. Y después solamente el frío y un ducado gaditano para lucir en la soledad de los comités y las federaciones.Habíamos aprendido a contar con él porque era el príncipe de los ojos tristes, el aristócrata gafe que redimía las desgracias cotidianas del pueblo con las desgracias televisadas del noble. En algunos momentos de exaltación republicana nos venían ganas de acercarnos a él a través de las páginas del corazón y decirle: "Venga, Alfonso, alegra esa cara, hombre", con esa complicidad que da sentirse pares ante la fragilidad de los cuerpos más queridos. Tal vez algún día soñó en llegar a rey por carambola, pero bajo el armiño llevaba heridas demasiado humanas, apenas entrevistas por una providencia invidente y por un ángel de la guarda en vacaciones.

Siempre supimos de este duque por»sus vacaciones extranjeras, por su estampa doliente en los telesillas, por esa mirada de ficha extraviada en el ajedrez ibérico. Nació encadenado a un apellido y creció en un país sin infancia. España, para él, era un decorado de purpurinas trasnochadas donde practicar el hiératico tancredismo de una clase que se ha ido. Nunca supimos qué tratamiento darle, tal vez porque al pasado siempre se le trata de tú y este duque era ya una antigüedad rinconera en esta Europa inoxidable. Hoy, regresado definitivamente de la nieve de acero, parece como si el país entero hubiera cerrado una novela de las de antes, con mucha lágrima lejana y demasiada mala suerte embalsamada.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_