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Duque

Ahora pienso que siempre le tuvimos ahí, en el claroscuro de una monarquía de tapadillo, asomando su cabeza en la segunda fila para que el fotógrafo cortesano le pillara en su eterna posición de Poulidor. De hecho, siempre le considerarnos materia sucedánea. No alcanzó a ser el protagonista de ningún chiste, pero tampoco el símbolo de ninguna libertad en almoneda. Algunos pocos, los más aventurados del antifranquismo, sofocaban sus neurosis imaginándole inquieto y fratricida en la recámara del general. Pero al cabo sólo fue una boda con la nieta. Y después una embajada allá en el frío. Y después solamente el frío y un ducado gaditano para lucir en la soledad de los comités y las federaciones.Habíamos aprendido a contar con él porque era el príncipe de los ojos tristes, el aristócrata gafe que redimía las desgracias cotidianas del pueblo con las desgracias televisadas del noble. En algunos momentos de exaltación republicana nos venían ganas de acercarnos a él a través de las páginas del corazón y decirle: "Venga, Alfonso, alegra esa cara, hombre", con esa complicidad que da sentirse pares ante la fragilidad de los cuerpos más queridos. Tal vez algún día soñó en llegar a rey por carambola, pero bajo el armiño llevaba heridas demasiado humanas, apenas entrevistas por una providencia invidente y por un ángel de la guarda en vacaciones.

Siempre supimos de este duque por»sus vacaciones extranjeras, por su estampa doliente en los telesillas, por esa mirada de ficha extraviada en el ajedrez ibérico. Nació encadenado a un apellido y creció en un país sin infancia. España, para él, era un decorado de purpurinas trasnochadas donde practicar el hiératico tancredismo de una clase que se ha ido. Nunca supimos qué tratamiento darle, tal vez porque al pasado siempre se le trata de tú y este duque era ya una antigüedad rinconera en esta Europa inoxidable. Hoy, regresado definitivamente de la nieve de acero, parece como si el país entero hubiera cerrado una novela de las de antes, con mucha lágrima lejana y demasiada mala suerte embalsamada.

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