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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gamberros

LAS IMÁGENES televisivas dejan pocas dudas sobre lo inevitable de la decisión del árbitro de suspender el encuentro de fútbol Osasuna-Real Madrid. En esas condiciones no puede jugarse al fútbol. Pero si puede considerarse que el consenso sobre esa cuestión es relativamente fácil; el desacuerdo comienza en cuanto se intenta ir un milímetro más allá. Es decir, a la hora de opinar sobre las medidas que cabe adoptar.Existen antecedentes de comportamientos antideportivos del público del Sadar, pero siempre o casi siempre en encuentros contra el Real Madrid. En general, se trata de uno de los públicos más deportivos de España. La naturaleza extradeportiva de los incidentes parece clara, así como el carácter minoritario del sector energuménico que los protagonizó. La no intervención de la fuerza pública, tal vez aconsejable desde una perspectiva general a la luz de determinadas experiencias anteriores, contribuyó en esta ocasión a aumentar la audacia de los miserables que lanzaban toda clase de objetos al césped. No es razonable pedir heroísmo a los jugadores del Madrid, pero tampoco están justificadas las reacciones de aquellos de entre ellos que descargaron su indignación llamando "terroristas" a sus colegas de Osasuna. En fin, habiendo antecedentes serios en el mismo campo, no parece conveniente cerrar los ojos a lo ocurrido creando un antecedente de impunidad, pero tampoco sería justo ignorar las atenuantes arriba esbozadas.

Para un club modesto como Osasuna, el cierre de su campo por varios encuentros tendría efectos desastrosos desde un punto de vista económico. Sería lamentable que ello ocurriera a uno de los pocos clubes que no se caracterizan por dispendios desproporcionados o estridencias de cualquier tipo. Pero, al margen de sanciones, sería deseable que la experiencia sirviera para reforzar las medidas preventivas. Y ellas son responsabilidad no únicamente de las autoridades gubernativas o de los dirigentes de los clubes, sino también de cuantos pueden influir en la creación de un estado de opinión contra esas minorías. Más concretamente, de los jugadores, los medios de comunicación y el conjunto de los espectadores.

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