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NECROLÓGICAS

En la muerte de Luis Pérez Vicente

Luis Pérez Vicente, de 55 años, artista dedicado plenamente al grabado, falleció el pasado lunes en Madrid. Ha desaparecido tan delicadamente como ha pasado por la vida, sin comunicarlo a los amigos para no ruborizarse, tratando de explicar que una silenciosa enfermedad daba al traste con tantos proyectos sin cumplir. Con una especial entrega a la estampación, sin excesivas apariciones públicas y guardándose mucho de acceder a círculos de poder, porque lo que a Luis le interesaba era realizar su obra en la intimidad, de un modo obsesivo, con un mundo interior tan abundante que necesitaba de un repetido trabajo diario para dar salida a la tensión del artista. Asiduo visitante del Rastro y amante de antigüedades, había reunido una valiosa colección de relicarios, libros y curiosidades cuyo destino le tenía preocupado, pues en una ocasión le fueron robadas varias piezas de su estudio, decidiendo hace pocos meses cederla a una entidad oficial por una suma importante que le hubiera permitido dedicarse sin reservas a su actividad artística sin aprietos económicos. Párrafos entresacados de un texto del crítico José María Iglesias, pintor también y amigo de Luis Pérez Vicente, nos procuran un acercamiento para ilustrar el personal mundo del artista: "... Las perfectamente delimitadas y amorfas imágenes poseen una intensa realidad. El entorno, el contorno, lo que vuela, lo que pesa y lo que pasa, todo posee aquí la precisa significación, transida de humor, de quien quiere desentrañar la existencia de la única manera que tiene a su alcance: existiendo y mostrándonos aspectos de lo existente".Generoso en la amistad, tantos amigos le recordaremos dispuesto a escuchar y siempre a sonreír, acariciando sus planchas con la entrega paciente del artesano que, en la majestuosa soledad de la creación, establece el camino de lo perdurable. Los títulos de sus cuadros eran siempre evocadores, literarios y con un sesgo críptico y sugerente. Uno de ellos, al azar, deseo que sirva de digno y evocador colofón a sus cortos y preñados 55 años: Su vida no pudo marchar de otra manera.

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