La soledad del hombre

Tras la favorable acogida general de El desencanto, el público pudo volver a su autor, Jaime Chávarri, con otra obra de incuestionable interés, igualmente arriesgada y bastante hermética: A un dios desconocido, nuevo título fundamental en nuestro cine de los años de la transición.El filme A un dios desconocido es la crónica de la soledad de un hombre -soledad acrecentada por la marginación y la intolerancia sociales, por cuanto se trata de un homosexual-, un hombre encerrado en sí mismo, en su pasado y sus fantasmas, en una tierra y una fecha (Granada, 1936) y en el constante eco de los poemas de García Lorca, con cuya Oda a Walt Witman se acuesta cada noche con aire melancólico y lágrimas contenidas.

Jaime Chávarri penetra de una manera solemne en la vida de este hombre. Su objetivo es frágil, silencioso, casi invisible, acentuando hábilmente la importancia que ejerce el tiempo, y el paso del tiempo, en nuestro protagonista (de quien, injusto sería sílenciarlo, Héctor Alterío hace una memorable interpretación), a la vez que le sigue en sus relaciones con Miguel, su amante, con su hermana Mercedes o con Soledad -no podía llamarse de otra manera-, una feliz jovencita de 40 años atrás, hoy una mujer sin ilusión alguna, patética imagen de sí mismo y de tantos y tantos paraísos perdidos. El resultado de todo esto es una desasosegadora película.

Sin encantos

Por su parte, el trabajo de Jack Lemmon es lo único realmente destacable de Los encantos de una gran ciudad, comedia en la que se narran las aventuras de un matrimonio que llega a Nueva York para contradecir inmediatamente el título de la película.