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El eclipse

Antonio Elorza

Como es sabido, los eclipses suponen el ocultamiento transitorio de un astro por otro, pero desde hace muchos siglos su significación para los hombres fue más amplia. Incorporaron fenómenos de miedo colectivo, propiciando así el asentamiento de una concepción mágica en la evolución de las sociedades. Y de paso permitieron un mejor conocimiento científico de los cuerpos celestes.Un poco de todo ello ha habido en la jornada del 14 de diciembre. Lo que pudo ser un día de protagonismo sindical, justificado por la disconformidad en la política laboral frente al Gobierno, y reconocido por éste en los términos habituales del juego democrático, se transformó en un enfrentamiento entre el sistema de poder dirigido por Felipe González y los sindicatos de trabajadores, poniendo sobre el tapete no sólo unos resultados económicos sino los componentes fundamentales de nuestro sistema político. La responsabilidad de este salto cualitativo corresponde sin reservas al propio Felipe González, quien optó desde el primer momento por una beligerancia extrema frente a la convocatoria, hasta el punto de desencadenar una campaña de no huelga que incluía la pretensión de descabezar al sindicado socialista disidente. Ya que se habla tanto de Europa en medios gubernamentales, nuestros dirigentes podrían repasar la conducta de Gobiernos sometidos a fuertes sacudidas huelguísticas, tanto en Italia como en Francia, para medir las oportunas distancias. El resultado es también conocido, y hace recordar la escena final del Ricardo II de Shakespeare, cuando el señor de Exton presenta al futuro rey Enrique IV el cadáver de su adversario. Es "tu miedo enterrado", le advierte. Aquél le responde despreciativamente por haber hecho recaer esa infamia sobre él y todo el país. Algo parecido debería decir hoy nuestro presidente a los asesores que le aconsejaron la insensata cruzada de desestabilización de UGT y de Nicolás Redondo. Además, el intento de enterrar el miedo del poder fracasó e incluso ha venido a reforzar la determinación de sus oponentes.

El miedo ha sido asimismo uno de los elmentos centrales de la campaña gubernamental para desacreditar la convocatoria. En todo este proceso conviene repasar cuidadosamente las colecciones de Prensa para comprobar quién presentó el Plan de Empleo Juvenil como hecho consumado a los sindicatos o quién destapó el tarro de la imagen de violencia para la huelga general, al actuar como portavoz del Gobierno tras un consejo de ministros. Paralelamente, y según un guión que parecía escrito de antemano, surgían las evocaciones de las huelgas revolucionarias anteriores a 1936 para difundir entre los ciudadanos una sensación de caos inminente análogo al registrado en vísperas de la guerra civil. Y hay que decir que el recurso fue efectivo conforme podía comprobar cualquier persona atenta a las conversaciones de la calle. El único inconveniente es que quizá la campaña tuvo un efecto bumerán, disuadiendo a muchos hombres y mujeres incluso de darse un paseo, a pesar de la normalidad reinante, y contribuyendo así al éxito de la huelga.

Támpoco es explicable que un Gobierno tan seguro de su razón tecnocrática haya rehuido de plano de debate sobre la cuestión central que originó el conficto el Plan de Empleo Juvenil. Desde la primera réplica oficial hasta los balones lanzados fuera por el presidente González en la conferencia de prensa con Vranitzky, todo ha sido en insistir sobre la cuestión nominalista de que la huelga es política, lo cual exime de entrar en el fondo real de la crisis. Como ocurre en el Madrid con Butragueño durante las últimas jornadas, el entrenador ha dejado al ministro Solchaga en el banquillo, impidiéndole así conocer los fundanentos de la infalibilidad gubernamental en el tema a debate. Ni siquiera la intervención del número dos del Ministerio de Trabajo aportó otra cosa que descalificación para los presuntos responsables de una "asonada" (sic, esto es, protesta o disturbio violento contra el poder) y el desafortunado símil de los trabajadores huelguistas como quienes tiran de la manta para destapar a los jóvenes sin empleo. El alto cargo olvida que esa manta tiene ya un agujero del 20% de su capacidad de abrigo y tampoco explica de qué forma van a quedar tapados los otros. En suma, por ese camino de la autoafirmación no se va a ninguna parte.

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Tal vez alcanzamos así el punto nodal que la huelga ha dejado al descubierto. Aludimos al creciente aislamiento del sistema de poder forjado a partir de 1982 respecto a las demandas que necesariamente crea una sociedad dinámica como a nuestra. Si algo prueba el 14 de diciembre es que lleva camino de tocar fondo el entramado que integran la organización política piramidal desde el vértice González-Guerra, el enlace con los centros de poder econónico y la manipulación de los medios. Artilugio que hasta hace poco se presentaba ante nosotros con perspectivas de eternidad. Ciertamente el Estado-partido ha probado una vez más su caracter de autómata en la movilización de cargos rompehuelgas,pero al margen de su inefectividad final todo autómata tiene algo de grotesco y desde luego no sirve a efectos de mediación con una sociedad que percibe muy bien el tinglado de intereses subyacente a los autobombos, e incluso a las historias que nutren la prensa del corazón. Esa misma sociedad, o por lo menos algunos componentes nucleares de la misma, los sindicatos de trabajadores -por fortuna no de elite o de empresa, como sueñan en el vértice del PSOE-, es la que ha decidido responder a esas fracturas niarcando un paso adelante quizá decisivo en la construcción de nuestra democracia. La huelga general no ha sido una asonada, sino una acción cívico-política dirigida a restablecer- los equilibrios quebrados entre el Gobierno y los agentes sociales, entre la representación parlamentaria y la participación de los ciudadanos en la vida social y política.

Claro, que para la consolidación positiva de esta tendencia no basta la acción sindical. Sigue en pie el problema de la traducción política del impulso social. A la izquierda del PSOE, la imagen de: precariedad permanece; está por forjar una euroizquierda que también desde España encare la problemática de la Europa unida de 1992, por no hablar de la futura casa común. En cuanto a Felipe González, cualquier observador convendrá en que resulta más dificil lograr de él tina rectificación de su línea general que obtener antaño de un emperador japonés la renuncia a la divinidad. Aunque los españoles son en ocasiones capaces con sus actos de alcanzar lo inesperado. Consiguieron hacer de Manuel Fraga un demócrata, y tal vez a partir del 14 de diciembre otorguen a Felipe González el don de la flexibilidad. Por lo menos han demostrado ya que la manipulación no puede ser la fórmula política de la democracia.

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