El otoño en soledad
Cientos de ancianos madrileños pugnan por una plaza en una residencia pública
Las graves acusaciones contra una residencia privada de ancianos en Colmenar Viejo, cerrada por el juez el viernes, han puesto de manifiesto las pésimas condiciones, de buena parte de este tipo de centros. Un reglamento estableció las normas que deben cumplir, pero sólo se aplica para los de nueva apertura. Elena Vázquez, consejera de Integración Social, opina que debe suavizarse esta normativa estricta para incentivar la creación de nuevos centros. La oferta pública se ha incrementado en los últimos años, pero es claramente inuficiente. Cientos de ancianos, mientras tanto, pugnan por ingresar en un centro público para vivir la soledad de su otoño.
Doña Rosa es una mujer pequeña, casi diminuta. Desde hace años regenta una residencia privada de ancianos en una localidad cercana a Madrid. Doña Rosa, para los ancianos que acoge, "se tiene ganado el cielo". Se afana en la cocina con un pescado blanco al que añade cebolla y guisantes. Hay también para comer carne rebozada: "Es ternera", afirma. En la residencia viven una veintena de ancianos que pagan lo que tienen o lo que declaran que tienen a doña Rosa.La residencia de doña Rosa no tiene calefacción ni agua caliente ni más hueco a la calle que dos ventanucos en los que se apiñan los viejos. Las habitaciones carecen de ventilación. La residencia, ubicada en un bajo, no tiene baño ni ducha: "¿Que si aquí no nos bañarnos?", dice un viejo sonriente, "ya nos lavarán el día que nos pongan la mortaja". El que puede valerse pasa el día en el Hogar del Pensionista más cercano. No es difícil obtener más información de los ancianos. Doña Rosa debe al casero varios millones de pesetas; "pero, ¿quién se atreve a ponernos en la calle?". Doña Rosa quiere seguir con el centro o que le cedan otro sitio "en condiciones". El problema, afirman, es el sobrino, que quiere especular con el local. Todos estan agradecidos a doña Rosa, "una mujer como ya no quedan".
Don Valeriano, al final de su vida, ha tenido suerte. Vive en una de los 17 centros de la comunidad autónoma. La residencia El Carmen -al lado de la universidad Autónoma de Madrid- es un edificio amplio y luminoso que acoge a unos 600 ancianos. Está en pleno proceso de transformación para adecuar 150 camas a residentes enfermos o inválidos. Cada uno de los 20 módulos en los que está dividida tiene un salón con televisión y mesas para juegos; las habitaciones son amplias y todas cuentan con ventana, lavabo, armario y un sistema de megafonía; hay biblioteca, cine (esta semana proyectan Un capitán de 15 años), servicio médico permanente, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, asistentes sociales, iglesia, potentísirna calefacción y los cuartos de baño están estudiados para que el anciano pueda ducharse sin esfuerzo. Pueden entrar y salir a su antojo y la comida, afirma don Valeriano, "es tan abundante que les tenemos que decir que no nos pongan más".
El centro cuenta incluso con un consejo de residentes que participa en las decisiones que les afectan; don Valeriano es su presidente. Por la residencia pasan con frecuencia grupos de música y espectáculos de teatro y, sobre todo, zarzuela, que goza de gran aceptación. En verano organizan excursiones. Los ancianos pagan el 30% de sus ingresos. Don Valeriano vive con su mujer en El Carmen desde hace hace 15 años, en una habitación cuajada de recuerdos. "Yo tuve muy mala suerte y me quedé casi sin pensión y me tiraron la casa abajo. Pero aquí, mire usted, vivimos mejor de lo que hemos vivido en nuestra vida", dice.
Centros "faraónicos"
"La política de la Comunidad de Madrid en cuanto al anciano", afirma Elena Vázquez, consejera de Integración Social, "persigue, sobre todo, man enerle en su medio. Las gran les residencias deben ser sólo un último recurso y hay que r adecuándolas para acoger a los inválidos, que es donde, se produce la mayor demanda y la más difícil de atender". Los centros existentes son "faraónicos" y "fruto de otra época". "Queremos construir pequeños núcleos de atención al anciano en cada barrio". Muchos viejos se quejan de que es "casi imposible" entrar en un centro de la comunidad. Te piden que tengas la pensión mínima y que no tengas hijos", afirma una anciana de una residencia privada: "Mi hijo no ha venido a verme desde que estoy aquí y tengo una pensión de 33.000 pesetas, así que no pueco hacer nada". La consejera responde que tienen muchas peticiones pendientes y que se aplica religiosamente un baremo para que ingresen los más necesitados. "No ha habido una política en este campo desde , hace años y lo primero que estamos haciendo es un estudio de cuántos ancianos hay y en que condiciones viven".
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