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Tribuna:LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES
Tribuna
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¿Pastores o doctrinarios?

Dos fueron los temas sobre los que debatieron los presidentes de las conferencias episcopales europeas en Madrid: las diferencias de funciones -pastoral o doctrinal- que propone el Vaticano y la postura de quienes consideran indivisible el papel de gobierno y de la doctrina de la Iglesia. El otro punto de importancia fue el del papel de los laicos y de la opinión pública en el magisterio de los obispos.

Los 18 presidentes de conferencias episcopales europeas, 11 de ellos cardenales, han calificado su encuentro en Madrid del pasado fin de semana como "una reunión de amigos". Se nos dice que no existía un orden del día para el debate de las diversas cuestiones discutidas. En la nota de prensa se reconoce que han sido tratados algunos puntos de especial interés para la opinión pública. Es el segundo encuentro de los presidentes dentro del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que ahora preside el jesuita cardenal-arzobispo de Milán, Carlo Maria Martini.Me explico perfectamente que los presidentes no hayan sido más explícitos con la Prensa. No gobiernan ellos solos las iglesias del viejo continente. Chocarían posiblemente con parecidas dificultades a la de este informador para hacerse entender en cuestiones teológicas que afectan a la organización de la Iglesia y a la autoridad doctrinal del episcopado de una nación. El lector tendrá que conformarse con la información que yo puedo ofrecerle sobre problemas de indudable importancia para los católicos. Tengo que ceñirme a dos que han sido recogidos en la nota sucinta de los prelados, y sobre los cuales puedo también reflexionar al hilo de las informaciones publicadas por teólogos y las conferencias de obispos norteamericanos y brasileños.

Recelos romanos

La autoridad doctrinal de una conferencia episcopal y el peso de la misma en el entorno social y político de cada nación suscitan recelos romanos y protagonismo social molesto en la sociedad secular.

Veintitrés años de posconcilio demuestran el protagonismo asumido en las diversas regiones del mundo católico por estas instituciones nacionales que, aunque contaban con precedentes tradicionales, no dejan de ser una de las novedades más significativas del Vaticano II. Se incita a su puesta en marcha en la constitución sobre la Iglesia (número 23) y en el decreto sobre los obispos (número 38). Durante el pontificado de Pablo VI, la Santa Sede fue aprobando los estatutos de un centenar de conferencias. Y el actual código de derecho canónico, promulgado en 1983, recoge la normativa común y el marco legal de las mismas. En el sínodo romano de obispos de 1985, después de afirmar su utilidad e incluso la necesidad pastoral, se pedía un estudio más profundo que definiera su estatuto jurídico y doctrinal. Antes del próximo 31 de diciembre, cada conferencia deberá proponer las enmiendas que juzgue oportunas a un borrador o "instrumento de trabajo" que fue enviado a los presidentes en julio de 1987. Y este documento es el que ahora se discute y provoca opiniones discrepantes entre los obispos y episcopados consultados.

Núcleo central

Los más explícitos en hacer público su desacuerdo han sido los obispos norteamericanos y brasileños. Sabemos también que los obispos españoles no lograron una opinión unánime y decidieron enviar a Roma las sugerencias tal como habían sido expuestas en el último pleno, hace dos semanas. ¿Cómo explicar al cristiano de a pie el núcleo central de las discrepancias?

He aquí un párrafo del "instrumento de trabajo" como botón de muestra de su carácter restrictivo: "Los obispos ejercen su oficio magisterial únicamente cuando enseñan en comunión con todo el colegio episcopal [universal]. Porque sólo él constituye la prolongación del colegio apostólico en el tiempo como una realidad indivisible. Ni la existencia ni la actividad del mismo está ligado a grupos o asambleas episcopales particulares. Lo cual no obsta para que se reconozca la utilidad que puede prestar a la vida de la Iglesia este tipo de asambleas ocasionales o regulares".

Para ser exacto, tendría que introducir al lector en las diversas acepciones del término magisterio pastoral. Desde los que lo restringen a una mera dirección práctica, a una aplicación pragmática, distinta del magisterio doctrinal, como parece dar a entender el borrador romano, hasta los que defienden, como la mayoría de los obispos norteamericanos, que ese magisterio pastoral incluye inevitablemente decisiones doctrinales. La doctrina y el gobierno de la Iglesia son inseparables. Toda la Iglesia es de alguna manera docente y discente al mismo tiempo. La responsabilidad del gobierno de una diócesis o de un territorio nacional corresponde a los obispos en comunión con el Papa. A ellos se les encomienda el diálogo con las diversas culturas, que incluye necesariamente la traducción e interpretación de la doctrina universal. Ahondar en la catolicidad no es otra cosa que inculturar la misma doctrina en las distintas formas de expresión y en el genio propio de cada pueblo. El pluralismo no excluye la unidad, aunque sí la uniformidad. No puede hablarse propiamente de pluralismo si no existe la unidad de un mismno credo. Pero ¿se puede admitir que el episcopado de un país sea intérprete auténtico del magisterio pastoral, sin que él pueda interpretar, al mismo tiempo, auténticamente la doctrina que inspira y determina la acción pastoral? Ahorro al lector más disquisiciones, impropias de una información periodística.

Esta misma reflexión nos lleva necesariamente a otro punto, importante también, tratado por los presidentes reunidos en Madrid. La función de los laicos en la Iglesia y la colaboración de la opinión pública en el mismo magisterio de los obispos. Ellos mismos confiesan que sus documentos colectivos no son leídos ni por los mismos católicos. Lamentan la disociación de su magisterio con las opiniones dominantes en la sociedad. La diversidad del lenguaje y el secularismo reinante sólo ofrecen, a mi modesto juicio, explicaciones insuficientes. El diálogo entre la doctrina tradicional y la ciencia o las culturas emergentes supone una escucha más atenta y diversificada de las nuevas exigencias, de los distintos interrogantes que se plantean en cada región del planeta. Y ese diálogo es insustituible para el ejercicio del magisterio pastoral.

En tiempos de León XIII y en pleno siglo XX disgustaba que el Papa o los obispos se pronunciaran sobre cuestiones sociales, sobre la paz y el desarme, sobre los derechos humanos y aun sobre los regímenes políticos. El liberalismo dejaba a la Iglesia únicamente las cuestiones de la familia, de la moral individual, de la caridad y no de la solidaridad. Hoy sucede lo contrario. Se ve con simpatía que la Iglesia se pronuncie contra el rearme, contra la disuasión nuclear y contra las dictaduras. Y, en cambio, no se soporta que ella haga valer su opinión en el ámbito de la vida privada. ¿No será que la Iglesia está más próxima de los que sufren las nuevas tiranías y escucha con más dificultad la experiencia de la esfera privada?

Las conferencias episcopales han dado un paso gigante de aproximación a la realidad concreta de los cristianos que quieren vivir su fe en medio de un mundo plural o secular. No se logrará la comunicación sin una incorporación de la experiencia seglar, como fuente de conocimiento que ha de ser discernido e interpretado por el magisterio de sus propios obispos. De sobra saben ellos que sus enseñanzas no pueden apartarse de la tradición verdadera custodiada por el Papa y todo el colegio episcopal.

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