El alma se apaga
En mi condición de funcionario al servicio de la Administración de Justicia a lo largo de casi 30 años he tenido que asistir a diligencias de identificación y levantamiento de cadáveres a veces tan desagradables como, por ejemplo, los ahorcados, aplastados en accidentes de carretera, ahogados, descuartizados por el tren y un largo etcétera. Sin embargo, el día de ayer he presenciado algo tan horripilante que me ha trastornado totalmente.Con motivo de practicar una diligencia de embargo en un pueblo distante 35 kilómetros de la capital, nos constituimos la comisión del juzgado, compuesta, además, del agente judicial, la procuradora de la parte actora, un empleado del banco ejecutante y yo como oficial fedatario. El domicilio del deudor era una dehesa a varios kilómetros del pueblo más cercano, y al llegar a la puerta de la llamémosla vivienda, la misma se encontraba cerrada, observando con gran asombro que en el suelo, tumbado sobre un saco de yute vacío, se hallaba el cuerpo de un niño como de unos ocho años de edad, vistiendo únicamente un jersei rojo que le cubría el cuerpecito solamente hasta el ombligo. Tanto su cara como el resto del cuerpo se encontraban cubiertos de multitud de asquerosas moscas que se lo estaban comiendo literalmente. Pudimos comprobar que se trataba de un niño con alguna deficiencia mental, ya que solamente nos miraba fijamente sin articular sonido alguno. También observamos que de cintura para abajo estaba inmóvil.
Al d vernos llegar se acercó un hombre de mediana edad que se encontraba por los alrededores, quien nos informó que el padre del niño (al que íbamos a embargar) se encontraba arriba en el monte con las ovejas y la madre se había ido por la mañana en un taxi al pueblo, distante unos 10 kilómetros, y aún no había vuelto, aunque eran más de la una y media. También y con toda naturalidad nos informó que dejar al niño tirado en la calle era normal, y sin darle ninguna importancia comenzó a contarnos su propia historia, relativa a que su esposa le había abandonado, marchándose del lugar con un tractorista.
El camino de regreso a la ciudad lo hicimos en silencio y pensando todos en lo que acabábamos de presenciar. La procuradora se marchó a su casa comentando que le daban ganas de vomitar. El agente judicial y yo subimos a la oficina y dimos cuenta con todo detalle a nuestros superiores, además de extender la oportuna acta de lo sucedido.
Por vez primera en muchísimos años no pude comer; la tarde-noche la he pasado sin poder ni en un instante olvidarme de lo que he visto. He procurado retrasar lo más posible el momento de irme a la cama y cuando lo he hecho ha sido para recordar con más exactitud y viveza las imágenes horribles de ese niño tirado en la calle, semidesnudo, cubierto de moscas y suciedad y con la sola compañía de un par de perros tan famélicos como él.- Jesús Rebolledo Torres. .
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