El clan Kennedy prefiere no recordar el magnicidio
Sólo Ethel Kennedy, la viuda de Robert, acudió en la fría y limpia mañana de ayer a rezar ante la tumba de su cuñado John, asesinado en Dallas hace 25 años. El resto de la familia, su viuda, Jackie, de 59 años, y sus hijos John, de 27, y Caroline, de 30, prefirieron no celebrar esta triste jornada con una visita al cementerio de Arlington, en Washington. "Queremos acordarnos de su nacimiento, no de su muerte", dijo un portavoz del clan Kennedy. Y en las afueras de Londres, su único hermano vivo, el senador Edward, colocó una rosa blanca en el monumento que los ingleses elevaron para recordar a J. F. K. en Rannymede, en el mismo lugar en el que en 1215 el rey Juan ratificó la Carta Magna.
Washington, donde reposa para siempre, y el país entero, que, sin importarle la objetividad histórica, le considera su "mejor presidente", recordaron ayer a un hombre que hoy tendría 71 años y al que han convertido en tina leyenda. Las televisiones llevan días reviviendo las imágenes del magnicidio, los funerales, el asesinato del supuesto autor del crimen, Lee Harvey Oswald, y los mil días de la Administración Kennedy y su nueva frontera.
Los norteamericanos se desayunaron ayer con una nueva teoría sobre la autoría del atentado, que se añade a las de la Mafia, la CIA, la extrema derecha y los cubanos. Según un nuevo libre, de James Reston hijo, el solitario Oswald a quien quería matar era al gobernador de Tejas, John Connally, que resultó herido, y no al presidente. El móvil sería que Connally se negó a solucionar su "indeseable" licenciamiento de los marines tras su deserción a la URSS.
En la rotonda del Capitolio, donde hace 25 años fue colocado el féretro de Kennedy, 500 ex miembros del Cuerpo de Paz, que creó el presidente, concluyeron a mediodía de ayer una vigilia de 24 horas para honrar su memoria. Uno por uno leyeron fragmentos de sus diarios o de las cartas que enviaron a sus familias el 23 de noviembre de 1963 cuando conocieron la noticia.
"La fiesta acabó. Todos estábamos llorando. Creo que la mayoría de los norteamericanos no tenían idea de cuánto querían a John Kennedy en el extranjero", dijo Warren Kinsman, voluntario entonces del Cuerpo de Paz en Turquía.
A primera hora de la mañana, decenas de miembros de la Casa Blanca de John Kennedy se reunieron en Arlington para participar en una misa. Y después colocaron junto a la eterna llama 46 rosas rojas, una por cada año del presidente asesinado. A partir de entonces, la tumba más visitada del mundo (cuatro millones de personas al año) comenzó a ser sepultada por flores y coronas de ciudadanos individuales y de todo tipo de organizaciones.
Llegaron los boinas verdes, la unidad militar de elite creada por Kennedy, y depositaron una corona en forma de boina verde. Y luego desfilaron los supervivientes de la escuadrilla de lanchas torpederas en la que J. F. K. sirvió en la guerra del Pacífico, y sus compañeros de la universidad de Harvard.
Y la silenciosa fila continua de visitantes comentaba, como todo el mundo ayer, dónde estaba cuando a las 14.35 de la tarde de hace un cuarto de siglo se anunció oficialmente que el presidente Kennedy había muerto víctima de dos disparos que le alcanzaron en el cuello y en el cerebro. A la una, en la catedral católica de Saint Matthews, la misma en la que se celebró el funeral hace 25 años, tuvo lugar un servicio religioso.
"Si John Kennedy viviera, es horrible imaginar el cambio", escribía ayer el Washington Post a los 25 años de esta obsesión americana. "Su cuello estaría dilatado, hinchado como el de Frank Sinatra. Sus maravillosos ojos aparecerían cansados. Su peinado nos parecería anticuado, un anacronismo de los años sesenta como el de Reagan es un anacronismo de los cuarenta. Tendría la cualidad de una reliquia. Pero no sería Jack Kennedy, nuestro Jack Kennedy. En vez de crecer viejo y gordo, Kennedy ronda en nuestra psique colectiva como un holograma, tridimensional y misteriosamente transparente. Es una idea".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.