La victoria de Benazir
SI NO media un golpe de Estado militar, siempre posible en aquel torturado país, Benazir Bhutto recibirá previsiblemente del presidente provisional de Pakistán el encargo de formar un Gobierno democrático 11 años después de que su padre, Zulfikar Alí Bhutto, fuera derrocado por el general Zia Ul Haq. Su victoria en las elecciones celebradas anteayer, aunque esperada, no deja de ser paradójica. Una mujer se convierte en primera ministra de un país islámico -hecho sin precedentes en la historia- tras unos comicios en los que, a juzgar por la elevada abstención registrada (el 50%), la mayoría de las mujeres, fieles a la tradición, no ha ejercido su derecho al voto. Ella misma, para ser candidata, tuvo que casarse a la usanza paquistaní, es decir, con un rico marido al que no conocía hasta que firmó el contrato matrimonial hace un año.El partido de Benazir Bhutto, el PPP (Partido Popular Paquistaní), no ha conseguido la mayoría de 109 escaños que necesitaba para gobernar en solitario. Sin embargo, en un país en el que el intercambio de influencias y alianzas políticas es cotidiano, no parece que vaya a tener excesivas dificultades para añadir a sus más de 90 escaños la colaboración de los partidos menores (especialmente los de la inmigración étnica en el Estado de Sind), los votos de los 10 parlamentarios no musulmanes, posiblemente los 26 votos de la provincia fronteriza del Noroeste y, con seguridad, los 20 de las mujeres que serán designadas parlamentarias por sus pares después del cierre del proceso electoral.
El programa político de Benazir Bhutto está poco definido, aunque ella se declara socialdemócrata. Sus adversarios la acusan de autocrática e intransigente, tal vez como un reflejo del juicio que merecía su padre a una gran parte de los paquistaníes. Lo cierto es que los electores más parecen haber votado un recuerdo histórico que un programa político, de tal forma que la elección se ha convertido en una especie de referéndum. En este sentido, tan significativa como la victoria del PPP es la derrota de la Alianza Islámica Democrática (IJI), el partido progubernamental heredero ideológico del fallecido dictador Zia, cuya obra resulta así dramáticamente rechazada.
Vista así, podría decirse que la elección resuelve un duelo que estaba pendiente entre Alí Bhutto y Zia Ul Haq desde hace 11 años. La muerte violenta de ambos rivales -el primero, ejecutado por orden del segundo, y éste, víctima de un sabotaje aéreo- venía a ser un compendio de la convulsa historia del país. Pakistán nació en 1947, fruto de la intransigencia religiosa, al segregar violentamente a su mayoría musulmana de la República de la India, que se independizaba entonces del Reino Unido. A lo largo de estos 41 años, el país no ha tenido un momento de respiro: tres guerras fronterizas con la India, pérdida de la provincia oriental -transformada en Bangladesh en 1971-, tres Gobiernos militares y apenas uno civil y, para terminar, el conflicto afgano, que ha añadido tres millones de refugiados a los casi 104 millones de paquistaníes. Con ello se ha complicado hasta límites inimaginables la economía, ya frágil, del país.
Si consigue ser primera ministra, Benazir Bhutto puede convertirse en el estandarte de una nueva y muy distinta etapa de la historia de su país. Para ello tendrá que superar, entre otros grandes obstáculos, la tentación de volver al populismo y la corrupción que dominaron parte del mandato de su padre, además de la inquietud de un instituto militar siempre levantisco e indisciplinado y receloso de posibles desquites. Por lo demás, Pakistán, estratégicamente situado entre tres grandes colosos -la URSS, la India y China-, siempre ha sido mimado por Estados Unidos y por los países occidentales, que han pasado por alto los permanentes desafueros allí cometidos y han sostenido incondicionalmente un régimen odioso. La ayuda de tan importantes aliados debería ser decisiva también en la hora de la recuperación de la democracia.
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