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Infierno en las cárceles de Río

Desde el pasado 31 de octubre han muerto, apuñalados, ahorcados o estrangulados, 19 reclusos

ENVIADO ESPECIAL, Una ola de asesinatos sacude las cárceles de Río de Janeiro. Dirigentes de la organización criminal conocida por el nombre de Falange Roja quieren ser trasladados de la cárcel de máxima seguridad Bangú 1 a otro penal menos peligroso. Para presionar a las autoridades penitenciarias y conseguir su traslado han dado órdenes a sus sicarios para asesinar presos. Desde el pasado 31 de octubre ya han muerto, apuñalados, ahorcados o estrangulados, 19 reclusos.

El padre Bruno Trombeta no entendía más el mundo. Desde hace 20 años el sacerdote se ocupa de la asistencia pastoral a los presos en el Estado de Río de Janeiro por encargo del arzobispado. El lunes 31 de octubre Trombeta se encontraba en la cárcel de Isla Grande cuando a su lado empezaron a llover cadáveres lanzados desde el tercer piso del penal."Fue una escena horrible", recuerda el sacerdote. Trombeta había llegado a la cárcel y se encontró a los presos "artificialmente callados, tristes y tensos". En el suelo yacía un hombre asesinado, mientras los presos veían en silencio la televisión. El sacerdote llamó a los guardianes. Cuando retiraban el muerto, desde lo alto del tercer piso cayeron cuatro cadáveres de presos ferozmente apuñalados.Los cinco apuñalados de Isla Grande formaban parte de una primera tanda de 13 asesinatos. Aquel mismo día, en otras tres cárceles del Estado de Río, ocho presos más aparecieron apuñalados, ahorcados en los barrotes de las ventanas o estrangulados en celdas vacías.Los asesinados en esta primera ola eran presos de los llamados en la jerga carcelaria caídos. Son los que observan buena conducta y no se someten del todo a las directrices de la Falange Roja, organización criminal que controla y dirige buena parte de las prisiones de Río de Janeiro. Los líderes más conocidos de Falange Roja están internados en la cárcel de máxima seguridad de Bangú 1, en Río. Esta prisión, a la que algunos periódicos califican de hotel de cinco estrellas, está construida para evitar las fugas. No existe posibilidad de aterrizaje para helicópteros. Un muro de cemento de ocho metros, coronado por una lámina de acero cortante, la rodea, y las alcantarillas no permiten el paso de un hombre.

Imposible fugarse

Las autoridades pretenden evitar la fuga de los criminales más peligrosos. Muchos de ellos ya se han fugado, espectacularmente en ocasiones, de otras cárceles. En Bangú 1 están los líderes de la Falange Roja José Carlos dos Reis alias Escadinha (Escalerilla); su hermano Paulo César dos Reis, Paulo Maluco (Pablo el chiflado); Rogelio Langruber, Bagulhao (Paquete de basura o de droga); Francisco Viriato, El japonés; Paulo Sergio Chaves El PC, que en 10 años pasados en Isla Grande convivió con presos políticos en la dictadura.La biografia de cada uno de estos ciudadanos serviría para escribir una novela-reportaje.

Las autoridades pretenden mantenerse firmes y no ceder a las presiones de los dirigentes de Falange, que quieren dejar la cárcel de máxima seguridad. El lunes 7, de nuevo cuatro presos aparecieron apuñalados en varias cárceles. Un periódico titulaba: "La Falange elimina a cuatro presos más". El miércoles 8, de nuevo aparecieron dos presos asesinados. Uno ahorcado en los barrotes de la celda y otro estrangulado. La Falange cumplía así sus amenazas de asesinar a presos famosos. Uno de los asesinados era de los presos más conocidos de Brasil: Ezequiel de Sousa, de 47 años, estaba condenado a 30 años de cárcel por el secuestro y asesinato de una joven universitaria hace dos años. De Sousa era portero de la casa donde la joven vivía con sus padres, al lado de la playa de Ipanema, en Río. El pasado miércoles De Sousa apareció ahorcado en los barrotes de una celda, después de haber sido molido a patadas y puñetazos. La madre de la joven asesinada declaró que el suceso había evocado de nuevo sus emociones, pero cree que con el asesinato de De Sousa "se ha cumplido la justicia divina".Los presos se pusieron días atrás en huelga de hambre y las autoridades han requisado los aparatos de radio y televisión de las cárceles, prohibido visitas y correspondencia e implantado un régimen de discipfina riguroso. Las posibilidades de las autoridades son limitadas. En la madrugada del miércoles pasado, cuando ocurrieron los dos últimos asesinatos, un guardián escuchó en la oscuridad los gritos de una de las víctimas. No pudo hacer nada para ayudarle. Ni siquiera llamar a otros carceleros. No sabía de dónde provenían los gritos y sólo había ocho guardias desarmados para controlar a 720 presos.

Alguna autoridad penitenciaria se ha visto obligada a reconocer su impotencia, y declaró que "para impedir los asesinatos necesitaríamos un guardián para cada preso, y esto es imposible". Abogados y familiares de alguno de los asesinados pretenden demandar al Estado por su responsabilidad al no haber podido preservar la vida de los presos. Otros familiares han preferido optar por la ley del silencio.

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