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La CE quiere reducir las reuniones de imagen

A diferencia de los consejos formales que se desarrollan en Bruselas o Luxemburgo -España ha convocado 45 de esta índole-, los informales se suelen celebrar en lugares turísticos de los países que ostentan la presidencia, y sirven para mejorar las relaciones personales y discutir de forma relajada los problemas pendientes, sin la presión de tener que tomar decisiones. Son reuniones no previstas en el Tratado de Roma, pero que en la práctica se han ido abriendo camino.A veces el ambiente distendido permite alcanzar inesperados acuerdos verbales, como ocurrió la pasada primavera en Travemunde (República Federal de Alemania) a propósito del reforzamiento de la libre circulación de capitales, que los ministros de Economía y Hacienda formalizaron a posteriori.

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Pero también ocurre lo contrario, y gracias a la buena mesa y a los vapores etílicos los ministros llegan a veces a compromisos de los que no hay constancia escrita y que en cuanto se vuelven a reunir en el marco austero del edificio Carlomagno de Bruselas son puestos en tela de juicio por aquellos mismos que los habían suscrito.

Esto sucedió, por ejemplo, hace dos semanas, cuando en el Consejo de Asuntos Exteriores los representantes británico y holandés criticaron un documento sobre el espacio social supuestamente pactado en Atenas por sus homólogos de Trabajo.

Durante un fin de semana dedicado a reflexionar sobre el funcionamiento, como institución, del Consejo de Ministros de la CE, su secretario general, el danés Niels Ersboll, denunció la tendencia a incrementar los encuentros informales entre ministros y advirtió sobre el peligro que suponen estas reuniones para la buena marcha de la Comunidad Europea. Su propuesta de limitar estas reuniones a un máximo de siete u ocho no ha encontrado eco alguno en países como España, Francia e Italia. Aunque a veces han servido para desbloquear temas pendientes o para diseñar propuestas de futuro, las autoridades comunitarias temen perder el control, cediendo aún mayor protagonismo a los Estados miembros.

De lo que no se puede quejar Ersboll es del derroche presupuestario que suponen tales reuniones, porque excepto un retén de intérpretes y los gastos de viaje de un par de acompañantes por ministro, todos los demás desembolsos incumben al Estado anfitrión. A no ser que surjan mecenas como el armador griego que costeó buena parte de la reunión informal de Turismo celebrada recientemente en Grecia.

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