Dos estaciones de espera
La familia se recluyó en su domicilio para aguardar pacientemente la liberación
EMMA ROIG, Los Revilla no han salido prácticamente en todos estos meses de "la fortaleza", como llama el empresario a su casa en la madrileña plaza de Cristo Rey, a la que considera su mejor inversión. Llenan el domicilio familiar los recuerdos acumulados a lo largo de los 22 años que llevan ocupándolo, desde que decidieron trasladarse a Madrid desde la localidad soriana de Ólvega, donde nació el industrial. Fotografías y pinturas del siglo XIX recubren unas paredes que han asistido a la espera de los Revilla una primavera y un verano enteros. Desde la noche del 24 de febrero.
La vivienda está adornada además con objetos chinos, espejos, alfombras y un sofá de terciopelo rosa donde, a ratos, duerme Margarita Revilla, que junto con su marido, el periodista Jesús Álvarez, velan el domicilio durante la noche. Jesús Álvarez y Antonio, el hijo del empresario, relajan la tensa espera con un partido de squash de vez en cuando.Situada en medio de la ciudad, la casa tiene los grandes espacios de las viviendas señoriales previas al boom inmobiliario. Sin embargo, los Revilla no tienen a su servicio a un batallón de criados; tan sólo una interna y una asistenta se encargan de la limpieza. En esta casa cocina la señora.
A los dos teléfonos habituales se ha añadido un tercero para recibir las docenas de llamadas que se producen a diario. De cuando en cuando, alguien telefonea a la familia para darle apoyo y consejos, y decirles, por ejemplo, que recuerden a la Virgen de Begoña. Mensajes como éstos se mezclan con los de periodistas que desean conocer las últimas noticias, y banqueros y empresarios que preguntan por el estado de ánimo de los moradores de "la fortaleza".
Un mendigo con el que el empresario se encontraba a diario grita desde la calle pidiendo la liberación de su amigo. Josechu, el Aguila, habla bajo a los desconocidos: "Soy el guardaespaldas de Emiliano" y rebusca en su bolsa de la que extrae, como Mary Poppins, radios y otros utensilios de espías imaginarios.
El edificio está custodiado por dos policías que cabecean al lado de sus transmisores portátiles durante la noche. De día, el portero del inmueble acompaña a la pareja de uniforme, que ha tomado su mesa y su puesto. Uno de los agentes, aficionado al ajedrez, comparte por la noche el tablero con el periodista de turno.
El dueño del bar por donde pasaba el industrial día y noche sirve bocadillos y café a los chicos de la prensa, que muchos días han pernoctado en la calle por si la liberación, tantas veces anunciada, tomaba cuerpo.
"Verle entrar"
En el domicilio del empresario se reciben flores de ánimo y pasteles enviados desde toda España. Margarita Sánchez se apoya en los rezos, en los tranquilizantes y en la compañía de sus amigas más íntimas. Los paseos a los que le somete su hija mayor se le hacen interminables. Esta mujer de Ólvega, de quien siempre se resalta su fortaleza, adquirió el carácter recio de manos de su marido.
Margarita Sánchez ha repetido una y otra vez que no quiere nada, que no necesita nada: "Solo verle entrar por esa puerta". Y, en ocasiones, se queja: "Es que no nos avisaron que Emiliano aparecía en la lista de amenazados; ahora dicen que no lo hicieron para no someterle a la presión psicológica de sentirse vigilado". "Un día en esta misma mesa", sigue recordando, "vió en una revista los papeles de Sokoa dónde venían los nombres de los hombres que estaban siendo investigados. Después de leerlo la tiró diciendo: Mientras no venga yo".
"Si él lo hubiera sabido no hubiera andado sólo a las once de la noche", recalca. La policía también les ha preguntado en distintas ocasiones que cómo el empresario no tenía escolta.
La menor de la casa, Carmen, que duerme con su madre hasta que regrese su padre, continua con su trabajo de decoradora, que le obliga a trasladarse a Soria de vez en cuando. Antonio acude al despacho familiar mañana y tarde. Excepto Margarita, la hija mayor, que ha sustituido su empleo en la oficina paterna por el cuidado de su madre, nadie ha dejado de trabajar en casa de Emiliano Revilla.
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