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La juventud de ayer a hoy

Hace apenas unos meses, con ocasión del 20º aniversario de Mayo de 1968, hablábamos muchos de aquella juventud. Hoy, con ocasión del foro dirigido por José G. Caffarena, al que cada año dedico un artículo, voy a hablar de esta juventud, de la juventud actual. Y lo primero que debo resaltar, por ser muy significativo, es el fuerte contraste con el foro inmediatamente anterior, sobre la mujer. Sin duda por ser el suyo un colectivo en auge y con moral elevada, el año pasado fueron las mujeres quienes hablaron de sí mismas en un foro verdaderamente suyo.Este año no ocurrió así; fuimos nosotros, los adultos, quienes hablarnos sobre los jóvenes. Ellos, en un grupo relativamente reducido, participaron, sí, pero distantemente, despegadamente, reticentemente. Y fuera del orden de cada día, con mucho sentido del humor, nos dieron a conocer el Comunicado número 1 del Mando Unificado de las Juventudes, Desestabilizadoras, en el cual, entre otras cosas, se nos preguntaba, por ejemplo, por qué "se habla de comprender a los jóvenes y se dice que la música moderna es malísima", o "por qué no han traído a Michael Jackson, como prometía la convocatoria". Nuestro discurso acerca de ellos no era tomado completamente en serio por ellos, y se comprende muy bien: los jóvenes, exaltados hasta las alturas hace 20 años, como el relevo del proletariado para cambiar el mundo, le sienten hoy fuera del sistema social, pasados, marginados, de más.

Ésta sería, en definitiva, la situación. real, tal como fue presentada en la excelente ponencia básica de Javier Martínez Cortés, titulada ¿Qué ofrece nuestra sociedad a los jóvenes?, ponencia respaldada por el documentado informe del Colectivo IOE sobre Condiciones de trabajo de los jóvenes. Lo que laboralmente hablando ofrece la sociedad actual a los jóvenes es un paro estructural que, con las nuevas tecnologías, es muy de temer que se irá haciendo cada vez mayor. Y frente al cual, en el mejor de los casos, en el más comprensivo, sólo se hacen vacuas promesas políticas o estériles protestas eclesiales que recuerdan aquellos buenos sentimientos pregonados, ante la explotación del proletariado inglés, por la Iglesia anglicana a mediados del siglo pasado, en vísperas de la eclosión marxiana.

Esto, como acabo de decir, en el aparentemente mejor de los casos, el de las buenas palabras. El lenguaje hoy preferido es, sin embargo, el realista de la inevitabilidad de la sociedad dual (la de los que tienen -trabajo, ingresos-, a un lado, y la de los que no tienen, al otro). O, afinando más y a lo sumo, la sociedad de los dos tercios: el sector primario, el secundario o intermedio, segmento subordinado, que trabaja, sí, pero en condiciones precarias, siempre amenazadas, que ha de defender por modo corporativista-sindical, y el terciario o netamente marginado, al que se ve destinada la mayor parte de la juventud. En el fiel de la balanza de estabilización de la situación actual se cuenta con la sumisión o aceptación de ese tercio intermedio, que defendería como bien posible o mal menor la poseída precariedad de su puesto de trabajo.

Y a propósito de esto no es que subsista, en lo más mínimo ya, el ethos del trabajo, alumbrado por el protestantismo, que ha sido sustituido por la moral del consumismo como el summum bonum y la ética de la competitividad como el medio de conseguir ese bien supremo. De un lado, pues, los que compiten por el triunfo social; en medio, los que, bien que mal, subsisten con su puesto de trabajo; del otro lado, los marginados, que son los viejos, los adultos poseedores de destrezas anticuadas ya... y los jóvenes. Y he aquí la gran paradoja: la sociedad actual ha hecho suya una cultura de juvenilización, de la cual tiende a expoliar a sus creadores, los jóvenes.

¿Qué remedios pueden preverse a esta situación que, dejada a su propia inercia, tenderá a agravarse más y más? Es imaginable, por supuesto, el modelo contrafáctico y utópico del cambio de sociedad. Marx situó el potencial revolucionario en el proletariado; el proletariado que de todos modos, y, según vio Lenin, en sí mismo no es revolucionario sino reformista, hoy, por una parte, está aburguesado en cuanto a su concepción de la vida, y, por otra, mucho más inclinado a defender, Por modo corporativista-sindical, su amenazada inserción sociolaboral que a luchar por transformar la sociedad. ¿Será el haraposo Lumpenproletariat despreciado por Marx, el subproletariado de la marginación, el sujeto del futurible cambio social?

Alternativa y más probablemente, puede pensarse en una modificación meramente posibilista. De ella habló el ponente Martínez Cortés en los términos de que una modificación real -es decir, que no se conformara con la mera extrapolación futurológica de los datos ya presentes- comportaría la modificación de las propensiones del futuro. Esto y una nueva concepción del trabajo, que recuperase su sentido positivo, ahora como quehacer (casi en la acepción orteguiana de la palabra), quehacer voluntario y, si se me permite el galicismo, traducción literal de bénévole, benévolo, benevolente, o sea, expresión de solidaridad social, y trabajo de pleno empleo, pero ya no, ciertamente, al modo keynesiano, podrían funcionar como correctivos de un futuro que se presenta, ciertamente, poco prometedor para la sociedad global.

El coloquio del foro se orientó, como se ve, operativamente: ¿qué se puede ofrecer?, ¿qué se puede esperar?, ¿qué cabe hacer? Pero también se reflexionó descriptivamente sobre la actual mentalidad de los jóvenes (más analítico-contemplativa, según se dijo, que genética y provista de sentido histórico) y sobre las buscadas nuevas identidades de los distintos, muy fragmentados sectores juveniles. Y en fin, la metáfora sostenida, continuada, del actual exilio de la juventud que, arrancada de su lugar originario -la juvenilización de la cultura, en la que se quiere vivir-, para un éxodo hacia ninguna parte, al desierto, en búsqueda de una tierra no de promisión, sino de descubrimiento o invención, que convirtiera la situación de desterrado en la de transterrado, apareció así como la transposición de un discurso prospectivo a una poética dicción.

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