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Tribuna
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Argel

A los levantamientos populares los llamamos revueltas si no están dirigidos por organizaciones políticas, sindicales, nacionalistas o religiosas. Pero su nombre es revolución si ese mismo estallido social tiene líderes con carisma, militantes con carné, manifestaciones con pancarta, grupos con siglas, discursos con ideología encuadernada y organizaciones paramilitares. Por eso nadie habla de la revolución del octubre argelino y las noticias y comentarios nos cuentan las ruinas de Argel como si fueran ruinas de El Chiado o del huracán Gilberto: hijas del caos, del desastre, de la catástrofe. Sólo revuelta, disturbio o motín, anomalías históricas que surgen espontáneamente y que todavía tienen la desfachatez de seguir siendo espontáneas, de no generar organización.No importan los muertos, la ira devastadora, el ruido de la implosión social, el crujir del sistema. Hace ahora 20 años llamábamos revolución a un mayo francés infinitamente más moderado y efímero que este octubre argelino. También la furia callejera del 68 fue inicialmente espontánea, imprevisible y radical, pero a los pocos minutos ya tenía líderes, héroes, intelectuales, siglas, facciones, pancartas, servicios de orden, graffitis, himnos, toneladas de bibliografía ideológica. El escándalo de la segunda batalla de Argel es su contumaz ateísmo político, su mutismo ideo lógico, su tozudo rechazo de cualquier forma organizativa, de cualquier teoría explicativa. Hay ruinas, muertos, tanques, hospitales abarrotados, estado de sitio, temblor de Estado, tensión en el Magreb. Pero no es una revolución porque no tiene líderes, grupos o grupúsculos, banderas, eslóganes coreados por la multitud, comisiones negociadoras, reivindicaciones políticas, sindicales, religiosas o nacionalistas. No será revolución, pero es la revolución en estado químicamente puro: antes de que a la. espontánea ira social le salgan comités, funcionarios, políticos, teorías, papeleo, organización. Como los primeros meses de aquella también imprevisible autogestión argelina que un día murió asfixiada por la burocracia.

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