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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un revés para Kinnock

EL PARTIDO Laborista Británico, cuyo congreso anual se clausuró ayer en Blackpool, acaba de perder un nuevo tren -y ya son muchos- en la dificil marcha que tiene por delante para volver algún día al poder que perdió hace casi una década. El resultado del congreso, en el que se ha reelegido por abrumadora mayoría a Neil Kinnock pero se han negado a éste los instrumentos para construir una política capaz de competir con el partido en el Gobierno, va a tranquilizar a los conservadores. La realidad es que la señora Thatcher, después de nueve años de gobierno, es hoy por hoy la única candidata creíble a su propia sucesión. Algunos comentarios recuerdan el caso de Japón, donde un partido conservador lleva gobernando sin interrupción desde hace 40 años. Neil Kinnock, el tozudo y pelirrojo galés empeñado desde hace un lustro en una cruzada para modernizar su partido, ha hecho un gran esfuerzo, no sólo para impedir que la desmoralización se apodere del partido, sino para renovar su imagen y su programa y preparar, con tiempo suficiente antes de las próximas elecciones, un laborismo de nuevo tipo, adaptado a los cambios que se han producido en el Reino Unido. El congreso recién clausurado podría haber constituido un paso serio en ese sentido. Y comenzó con los mejores augurios: el sector izquierdista, que presentó la candidatura de Tony Benn a líder del partido, fue ampliamente derrotado; sólo obtuvo el 11 % de los votos, mientras Kinnock consiguió el 89%.

Pero Kinnock no quería el triunfo personal. Durante los últimos meses venía luchando duramente por derribar lo que él y la mayoría de analistas políticos británicos consideraban como obstáculos insalvables para la recuperación del poder: el mantenimiento de una política económica fundada en el crecimiento del sector público y la vuelta a las nacionalizaciones y un programa de defensa basado en el desarme nuclear unilateral. Con la aprobación del documento Valores y objetivos socialistas y democráticos, en el que se reconoce la importancia de la economía de mercado, Kinnock consiguió su primer objetivo: el Partido Laborista renuncia a la idea de nacionalizar de nuevo las empresas privatizadas por los conservadores. Y ello a pesar del enorme peso que los sindicatos tienen en las estructuras del partido.

En cuanto a la política de defensa, el líder laborista había batallado tenazmente por modificar el programa del partido en el controvertido punto. En junio pasado, levantó una polvareda con unas declaraciones en las que se apartaba de la tesis oficial favorable al desarme nuclear unilateral. Las perspectivas de acuerdos entre el Este y el Oeste abiertas por la política de Gorbachov y, en consecuencia, la posibilidad de un proceso de desarme concertado entre las dos partes, debilitaban los argumentos en pro de un desarme unilateral y favorecían el cambio emprendido por el líder laborista. Ni por ésas. Kinnock fue derrotado por los mismos delegados que le habían aclamado sólo unos días antes, con lo cual las cosas se retrotraen prácticamente al mismo punto en que estaban antes del congreso: un partido dividido y vacilante, refractario a los cambios, y un líder con los votos del partido pero sin una política capaz de amenazar la hegemonía conservadora.

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Los resultados del congreso vienen a dar la razón a quienes pronostican que parece descartado que, en un plazo de tiempo razonable, los laboristas solos puedan ganar las elecciones. Pero entre los tres partidos de oposición no se vislumbran aproximaciones. Ante ese horizonte cerrado, una revista tan moderada e influyente como The Economist propugnaba recientemente algo revolucionario para el Reino Unido: la adopción de un sistema de representación proporcional. ¿Sería realmente la única forma de que cambie el inquilino de 10 Downing Street?

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