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El Papa exhorta en Estrasburgo a la unidad de Europa y recuerda sus raíces cristianas

Juan Arias

El papa Juan Pablo II recordó ayer por la mañana en Estrasburgo, ciudad de frontera y símbolo de la reconciliación de la posguerra, en un discurso pronunciado ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, que sus miembros, pertenecientes a 21 países, no son todo el continente y que éste no debe olvidar sus raíces cristianas. Tras agradecer la cooperación con otros países, en particular del centro y del este europeo, agregó: "Tengo la sensación de expresar los deseos de millones de hombres y mujeres que se sienten unidos a una historia común".

El Pontífice agregó que esos hombres y mujeres "esperan un desafío de unidad y de solidaridad a la medida de este continente". Juan Pablo II se refería probablemente a los esfuerzos que el Consejo de Europa está llevando a cabe, para hacer participar también, de algún modo, a países como Polonia y Hungría, aunque sólo sea a través de la defensa del patrimonio artístico que poseen aquellas naciones.El papa Karol Wojtyla, a quien le habían preparado un florero de lirios amarillos y violetas imperiales al pie de la pequeña tribuna desde donde pronunció el discurso, se preguntó, hablando de la tragedia del desempleo de los jóvenes europeos: "¿Es acaso una utopía pedir que en el momento de tomar decisiones de tipo económico se tenga en consideración el sufrimiento de los que pierden con el trabajo parte de su dignidad y a veces hasta la fuerza para esperar?".

El Papa también puso en guardia sobre la manipulación genética, la disgregación de la familia y el aborto. Juan Pablo, muy comedido en sus gestos y en su voz en el hemiciclo modernísimo del palacio de Europa, no fue nunca interrumpido con aplausos, y sólo al final fue aplaudido durante 24 segundos escasos. Hubo quien tachó de fría la severa acogida al Pontífice por parte de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, y quien, por el contrario, vio en aquella sobriedad un signo de la solemnidad que se le quiso dar al acto.

En el aeropuerto, Juan Pablo II había sido recibido, bajo una lluvia de aguanieve y un viento frío de invierno, por el presidente francés, François Mitterrand. Este, con gran énfasis, le dio la bienvenida a Francia, "tierra de Europa", dijo. Como otras veces, el papa Woityla ante Mitterrand se quedó impresionado y como paralizado. Le escuchó con la cabeza baja, el pectoral de oro torcido sobre el pecho y las manos delante, bajas, una sobre otra. El presidente francés le dijo al Papa que la Comunidad Europea, "que se está construyendo piedra sobre piedra" y se está ampliando cada vez más en cuestiones como la paz, el Tercer Mundo y la defensa de los derechos humanos.

Juan Pablo II, hablando más tarde ante la Corte de los Derechos del Hombre, afirmó que la Iglesia "es la aliada de todos los que defienden las auténticas líbertades hurnanas", aunque añadió que ha habido a veces "no pocas desviaciones" y que "también los cristianos han tenido su parte en ello".

Por la noche, a miles de Jóvenes llegados de toda Europa, el Papa les dijo que ellos son "la base de una nueva Europa", y que para construir una Europa mejor "no existen remedios milagrosos, ni siquiera el Papa los tiene".

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