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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fracaso de la derecha en Suecia

EL BLOQUE socialista sueco, integrado por los partidos socialdemócrata y comunista, ha obtenido nueva mente la mayoría absoluta en las elecciones que tuvieron lugar el pasado domingo. El bloque burgués de tres partidos conservadores (el del centro, el moderado y el liberal) ha perdido 20 escaños, fundamentalmente a manos de los verdes, el Partido del Medio Ambiente, que acceden así por primera vez al Parlamento. Un descalabro que, no por previsto, es menos grave para la derecha y que plantea no pocos interrogantes sobre el significado que los propios suecos atribuyen a su riqueza, al modo cómo se distribuye o a las supuestas reivindicaciones conservadoras de un pueblo que ha pasado en lo que va de siglo de la miseria al superdesarrollo. El modelo sueco arranca, en el período de entreguerras, merced a un esquema de concertación social en el que los grandes hombres de empresa ceden deliberadamente parcelas de su poder gestionario a los obreros, estableciendo así un marco de desarrollo económico y social generalmente libre de enfrentamientos y reivindicaciones de clase. La continuidad en el poder del bloque socialista tras las elecciones del pasado domingo es consecuencia lógica de una progresión política que ha dado riqueza al país y que, coincidiendo, es cierto, con una innegable crisis de valores sociales, está tan enraizada en la conciencia nacional que el reto difícilmente puede ya provenirle de los conservadores. Por el contrario, el espacio que ceden éstos es cubierto por la opción más avanzada, la de los verdes.

Para la historia inmediata, deben destacarse tres consecuencias de los comicios. En primer lugar, el éxito socialdemócrata ha dado estatura propia al primer ministro, Ingvar Carlsson, un tecnócrata cuyo carisma, de suyo no muy espectacular, estaba permanentemente empequeñecido por el de su asesinado predecesor, Olof Palme. Carlsson montó con habilidad su plataforma electoral sobre temas preferentemente intemos y, especialínente, en tomo a la mejora del sistema de seguridad social y a la reducción de la fortísima presión fiscal. En segundo lugar, la aparición singularmente positiva de los ecologistas en la escena podrá ser marginal a cuestiones de pura política, pero es indicativo de la buena salud de la sociedad sueca. En tercer lugar, debe constatarse el descalabro de los jóvenes conservadores que sustituyeron hace tres años a los viejos líderes, entonces apartados de la política por los malos resultados electorales de 1985. La regeneración de la derecha no ha tenido otro éxito que el sonrojante plebiscito de la ciudad meridional de Sjobo, celebrado también el domingo: sus habitantes decidieron excluir a los extranjeros.

Las elecciones generales suecas se producen en un período de crisis. La sociedad escandinava se cuestiona las consecuencias del sistema de bienestar que ha establecido con tanto éxito. Se pregunta si ese modo de vida en común es realmente el que todos desean, si la Prensa es verdaderamente neutral, si los individuos son verdaderamente libres, si el peso que el Estado ejerce sobre ellos no es excesivo. Preguntas todas ellas necesarias en una sociedad superdesarrollada que se encuentra en una encrucijada y que debe decidir lo que hace en el futuro. Debe interrogarse sobre si ese modelo puede seguir evolucionando fuera de una Europa unida, si la neutralidad sueca seguirá siendo indefinidamente viable en un mundo cada vez más solidario, si es posible que Suecia se autoexcluya de una CE cada vez más grande, cuando naciones menos evolucionadas, como Austria y Noruega, empiezan a considerar seriamente su integración comunitaria. El nuevo Gobierno del primer ministro Car1sson va a tener que responder a muchas de estas preguntas a lo largo de los próximos tres años.

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