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Tribuna:NUEVAS DENUNCIAS SOBRE ESCUCHASUNA CUESTIÓN MORAL
Tribuna
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Todo vale

El camino de envilecimiento moral de las sociedades puede ser perfectamente rastreado cuando se aprecia en ellas, ante la generalización de las conductas delictivas, contrarias a toda ética, reprobables, una sumisa y hasta complaciente aceptación del fenómeno, frivolizándolo, disculpándolo y hasta, en alguna medida, justificándolo.Los terroristas, además de causar ese irreparable daño material de la pérdida de vidas, han ido poco a poco consiguiendo una especie de encallamiento de sensibilidades, ante la frecuencia y repetición de las dolorosas noticias, ante la inutilidad de las reiteradas condenas, ante la sensación de impotencia que a todos nos invade, que se traduce, se quiera o no, en un encanallamiento en el que refugiarnos para seguir viviendo como si nada transcendental pasara, cuando precisamente estamos asistiendo, a través de su actividad delictiva, al más macabro intento de eliminación de la libertad política individual y colectiva para que la amenaza y el terror, como elementos disuasorios, produzcan en todos la inhibición y así se deje a sus propulsores vía libre para la imposición violenta de sus credos y deseos.

Los traficantes inmorales de influencias, los aprovechados corruptores de los ya propensos corruptos del poder, en su sistemática actuación de vulneración de toda legalidad, al amparo de la casi imposibilidad de persecución de sus conductas, generan en los ánimos, no muy firmemente formados, hasta un estímulo, anhelo o malsana envidia que se convierte en social consideración y admiración.

La repetida práctica de los malos tratos, de torturas, vejaciones, humillaciones realizada con la impunidad y el apoyo del poder político llegó a hacer que nuestros pueblos y gentes justificaran como algo normal eso de "la bofetada en comisaría", la detención a trompicones, y casi nadie se rebela, ni aun hoy, contra la violación en cárceles y presidios, la explotación de unos reclusos por otros, la permanente situación de chantaje y amenaza en que se ha de vivir en aquellos lugares que deberían estar destinados a la rehabilitación y reinserción social, y a la enseñanza de los valores democráticos y humanos.

En esa línea, la violación de la correspondencia, el desprecio al domicilio, la intromisión en las conversaciones privadas mediante escuchas telefónicas o a distancia, mediante magnetófonos ocultos, o por cualquier otro sofisticado procedimiento, para así vulnerar el derecho a la intimidad y al secreto, han adquirido tal carta de naturaleza que parece que no tienen otra importancia que la que socialmente se da al cotilleo de vecindonas o a lo que llamaban nuestras gentes "el ir con dimes y diretes".

Delitos

Y la gravedad está hoy más patente en esa consideración minimizadora, mucho más que en todos y cada uno de esos delitos en sí, pues de delitos estamos hablando, procurando inútilmente que nos escuchen muchos de los que, cuando eran otros los que les hacían objeto de ellos, se desmelenaban en toda clase de instituciones en nombre de la libertad y de la democracia, pero que al parecer ahora se encuentran legitimados para cometerlos en defensa de la peculiar concepción de su política.

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Hay mucho envilecimiento moral para, ignorando la Constitución, despreciando y vulnerando sus preceptos tuteladores de la dignidad de la persona, del libre desarrollo a la personalidad, del derecho a la libertad e igualdad sin discriminación alguna por razón de las opiniones políticas, del derecho a la integridad moral del que la intimidad es uno de sus esenciales componentes, del derecho al secreto de las comunicaciones, del derecho a la libre expresión del pensamiento, del derecho a la comunicación con los semejantes, del derecho a la participación en la vida colectiva, con la impunidad que da el uso de los diferentes aparatos del Estado y el monopolio incontrolable de su gestión, trastocar su empleo y, en vez de usarlos para proteger, extender y desarrollar los Derechos Humanos, única razón de ser del Estado Social y Democrático de Derecho, dedicarse, con toda clase de agravantes, a todo lo contrario, mediante la comisión de delitos que precisamente sólo ese aparato del Estado puede impedir por los medios que en nombre de la sociedad posee, y ante los cuales no cabe la menor posibilidad de autodefensa. Se está inerme e indefenso ante el Leviatán.

Hay demasiada perversión de valores, propia de otras épocas, para que, despreciando el derecho a la discrepancia política, el derecho a la diferencia, se haga del contradictor u opositor un elemento a eliminar o neutralizar, enemigo del Régimen, del Sistema y del Estado, y viéndolo como un peligro para la propia estabilidad administremos arbitrariamente su libertad y decidamos al margen de él y con violencia qué es lo que debe o no ser secreto, y en suma qué es lo que le permitimos hacer o no hacer, según a nosotros convenga, a la luz de la permanencia en el poder político.

Hay demasiada miseria y juego sucio en aquellos a quienes se les engola la voz para llamar a otros miserables, porque les denuncian en sus actividades corrompidas y antidemocráticas más que notorias, para tratar de obtener, subrepticiamente, información con la que chantajear, coaccionar o forzar a los demás a plegarse a sus deseos o a permanecer en silencio, porque su sola voz, único patrimonio, molesta o denuncia cacicadas y abusos.

Y hay el expreso reconocimiento de la ilegalidad de una actuación cuando por ello se prescinde de la obligada solicitud de autorización judicial, se huye del control del Poder Judicial o se le trata de instrumentalizar, para llevar a cabo estos seguimientos, eufemísticos pinchazos, que son auténticos navajazos al sistema democrático, hechos vergonzosa y anónimamente.

Totalitario

Creíamos erradicadas estas prácticas, y sobre todo sus fundamentos conceptuales totalitarios, en esa triste confusión, que nos presidió 40 años, de Estado-Gobierno- Partido, y creíamos que de verdad ciertos conversos afamados habían dejado ya de defender y justificar, cual lo hacían antaño, tanto los autos de fe inquisitoriales como las purgas stalinianas o las prácticas nazis y fascistas, pero vemos cómo en una nada fortuita, sino bien lógica amalgama estas tres corrientes ideológicas, que al fin y a la postre siguen siendo lo mismo, a los 10 años de nuestra Constitución nos van configurando una democracia cada día más falsificada.

En el pensamiento totalitario, además del principio de todo el poder para el jefe como justificación de todo en nombre del Estado, la vieja norma de "la ética de la conveniencia" que algunos han elevado a presupuesto moral es la de todo vale.

Y cuando en una sociedad, y en la política, todo vale, es que ya nada vale nada. Además de mancharse las manos, se están corrompiendo las conciencias.

Pablo Castellano citado como una de las personalidades cuyo teléfono ha sido ilegalmente intervenido, es abogado y vocal del Consejo General del Poder Judicial.

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